- Mami, cuéntame otra vez el cuento sobre el origen de los muñecos de nieve.
- Pero cuántas veces tengo que decirte que no es un cuento. Es una historia real. ¡Mágica y real!
- Esta bien, pero ¿me la cuentas?
Érase una vez, hace tantos años que no existen calendarios para mostrarlo, en un remoto bosque del Reino de las Montañas, vivía una princesa, Tierra. Tenía los cabellos largos y ondulados, del color cobrizo de sus prados. En los ojos la tonalidad parda con reflejos verdosos de las hojas de los árboles. Era fuerte como los osos, astuta como las ardillas y ágil como los cervatillos. La princesa vivía feliz rodeada de los bosques y la tierra que tanto amaba. Una mañana de invierno, paseando a caballo por los campos que rodeaban su palacio, encontró a un hombre herido. Era alto y delgado, pero fuerte. Con los cabellos rubios y rizados, la piel blanca como la nieve y el cielo celeste de invierno pintado en sus ojos. Estaba tendido junto a una vereda y parecía mal herido. La princesa se apiadó de él y lo llevó a su castillo. Con esmero y ungüentos de hierbas y flores sanó sus heridas. Unos días después el extranjero fue capaz de levantarse y explicar su historia. Era un príncipe, de nombre Nieve y originario del remoto país de los hielos. Perdió su barco y sus hombres en una tormenta y cuando despertó herido y desorientado en una orilla desconocida, comenzó a caminar sin rumbo hasta que fue encontrado por la bella princesa. Durante su recuperación ambos príncipes compartieron conversaciones, secretos y experiencias y descubrieron que además de haber nacido el mismo día del mismo año, compartían un pasado muy parecido. Los dos eran huérfanos y herederos únicos de sus reinos y en el justo momento de sus nacimientos habían sido prometidos para garantizar el futuro de su estirpe. Los matrimonios deberían celebrarse el cuarto día del vigésimo invierno en la vida de ambos jóvenes. Tierra debería unirse en eterno matrimonio a Roble, el árbol más sólido y robusto del reino. Nieve, a su vez, debía amar eternamente a Glaciar, la gran madre del reino de los hielos. Era su destino, su deber y al mismo tiempo su condena. Tierra y Nieve coincidían en pensar que era injusto portar semejante carga en sus espaldas. ¿Quién había decidido que serían lo suficientemente fuertes para acarrear con el futuro de sus reinos?. En realidad, nadie tenía derecho a manejar sus destinos de ese modo.
Con el convencimiento de que habían encontrado a su alma gemela, disfrutaron de los días que pasaron juntos como si fueran los últimos de sus vidas. Una mañana amanecieron decididos a fugarse lejos de tamaña responsabilidad. Habían oído hablar del reino de Fuego. Pensaron que Tierra y Nieve, encontrarían un buen refugio en Fuego y ya dispuestos a iniciar su aventura, emprendieron raudo camino por los bosques del Reino de las Montañas. Llevaban recorridas unas pocas horas cuando un hada brillante como una luciérnaga se colocó revoloteando ante sus ojos.
- ¿Qué hacéis desdichados? Traeréis la desgracia a vuestros pueblos. Provocaréis enormes sufrimientos a la gente que os ama y que amáis. Debéis regresar de inmediato y cumplir con vuestras obligaciones. Ambos sabéis que en una semana deberéis desposar a vuestros prometidos.
- Pero hada, buen hada ¿por qué hemos sido elegidos nosotros? ¿no hay nadie más que pueda cumplir con esa tarea?
- Veréis jovencitos. La vida no es justa. La vida es vida. Y por muchos sueños que tengáis, por muchos anhelos, sólo hay un camino correcto, y no siempre ese camino es el de la felicidad, pero si el del deber cumplido. Que al final de vuestros días cuando os sentéis junto al fuego rodeados de vuestros nietos, os hará sentir bien, satisfechos. Sin embargo, voy a concederos un deseo que se cumplirá una vez al año. Cada cuarto día del invierno, allá donde estéis, utilizando nieve, un gorro de lana rojo, una zanahoria, y unos botones haréis un muñeco pensando en vuestro amor imposible y por unas horas, hasta el ocaso del cuarto día, cobrará vida y podréis disfrutar de su compañía. Será vuestro secreto y el mío y os ayudará a tomar la decisión adecuada. Los jóvenes se separaron entre ríos de lágrimas y aceptaron el regalo del buen hada.
Así que desde entonces, los humanos realizamos muñecos de nieve para celebrar el invierno, la magia y porque aquellos poseedores en secreto de amores imposibles, saben que podrán hacerlos realidad hasta el ocaso del cuarto día de invierno.
- No me canso de escuchar la historia mami. Este año, he colgado del cuello de mi hombre de nieve una cámara de fotos.
- ¿Para qué?
- Porque cuando cobre vida mi amor imposible, le haré una fotografía que podré guardar conmigo el resto del año y así no tendré que esperar sólo al cuarto día del invierno. Es que cuando el hada les concedió el deseo a Tierra y Nieve, aún no existían las cámaras... Shhhh que no nos oiga el hada...
- Shhhh, será nuestro secreto.
Y colorín colorado...
¡Felices Fiestas desde Fotografía Edurne Iza!
Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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