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La Foto de la semana 14-07-2013: "Camino al otro lado"

Su misión había concluido. Había interceptado al mensajero y recuperado los documentos. Estaba más cerca que nunca de regresar a su mundo, a su hogar. Con nerviosismo miró de nuevo el reloj de su muñeca, recorrió el lugar con al mirada... No cabía duda, era el lugar indicado y la hora correcta. Pero entonces, ¿por qué no se abría la puerta? ¿Habría fallado algo al otro lado?. No había contemplado la posibilidad de quedarse atrapado en este universo y sin embargo e aquel instante comprendió que tan sólo con que el doctor Germen sufriera un accidente,  una enfermedad imprevista, amnesia... Él no volvería jamás al lugar que le vio nacer. Donde su familia y sus amigos le esperaban convencidos de que se encontraba en uno de tantos viajes de negocios relacionados con la gran empresa Suiza en la que trabajaba. Era más seguro para ellos no saber que su adorado Frank era en realidad un agente especial  del servicio de inteligencia. Especializado en viajes interdimensionales. Se desplazaba no sólo en el tiempo si no a dimensiones diferentes, mundos paralelos donde acechaban peligros indescriptibles. Esta vez le habían asignado recuperar unos documentos que un doble agente había filtrado a un grupo de científicos de la otra dimensión hacía unas semanas. En ellos, se desglosaban las fórmulas que permitían redistribuir la materia de forma que pudiera viajar libremente en el espacio y el tiempo. Dicho de otro modo, el secreto de los viajes temporales. Frank había completado su parte recuperando la fórmula, había acudido al lugar del intercambio y sin embargo algo no iba bien. Frente a él se había dibujado con claridad el camino a seguir, pero esta vez no había puerta. Al final del sendero debería de haberse creado un portal que le permitiera regresar. Recorrió angustiado la calle, primero hacia arriba y luego en sentido contrario. Observó un acceso al edificio que quedaba a su derecha, estaba semi tapiado. Tocó los ladrillos, intentando accionar algún mecanismo que desplegara la entrada pero nada sucedió. Escuchó pasos, cada vez más cercanos, sonaban a botas de soldados, venían a por él. Desesperado recorrió el camino blanco de nuevo con la esperanza de que alguno de sus actos activara la entrada. 
-¡Alto! ¡Ni un paso más o abriremos fuego!
Una veintena de hombres armados y uniformados le tenían rodeados. Sabía que no le matarían, necesitaban investigarle. Le harían prisionero y le someterían a todo tipo de experimentos hasta dar con la clave. Levantó las manos mostrando que no llevaba ningún arma. Había decidido tranquilizar a los soldados y cuando estuvieran convencidos de que iba a entregarse echar a correr hacia ellos para forzarles a disparar y evitar el desastre. Contó mentalmente hasta tres y comenzó a caminar.
-¡Alto! ¡No dudaremos en disparar!
Escuchó el inconfundible sonido de los gatillos al ser accionados y en ese preciso instante el portal se abrió ante sí y al tiempo que escuchaba el sonido de los disparos cruzó al otro lado. Una bala le alcanzó en la pierna y así dolorido y sangrando abrió los ojos y vio el rostro agitado del doctor Germen. A lo lejos le escuchó decir 

- Esta vez ha faltado poco, pero za estás a salvo

Y después la oscuridad le arrastró hacia el mundo de la inconsciencia. 



Fotografía: Edurne Iza
Relato: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta fotografía libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella. 

La Foto de la semana 17-02-2013: "La frontera"

Edurne Iza, La frontera
Había caminado durante horas por aquel sendero rocoso que bordeaba el mar. Los serpenteantes muros de piedra, las casas que moldeaban sus paredes curvas como en un juego al vaivén de las olas y sin embargo, ni una sola persona en horas. Había sido un día soleado, de cielo raso y despejado y en mi caminar, la noche había ganado terreno, las sombras se habían apoderado del mar, las rocas y el cielo. Sólo escuchaba los gritos lejanos de algunas aves marinas y el jugueteo del agua acariciando las rocas. Si prestaba atención, también mis pisadas y el susurro de mi respiración. Había caminado durante horas pero no me sentía cansada. Necesitaba llegar a la frontera y desaparecer como la espuma de las olas. Dejar atrás un pasado oscuro y triste. Lleno de nombres, de caras y lugares que no quería recordar. De malas personas cargadas de buenas intenciones. De lobos con piel de cordero. Había comenzado aquella aventura con mi inseparable compañero de viaje. Ambos nos habíamos infiltrado en las filas enemigas. Éramos dos soldados adiestrados para obedecer, para no fallar, para alcanzar nuestro objetivo o morir por él. Y era la muerte la que había truncado mi destino. Él había caído prisionero y había elegido morir antes que delatarme o dar información sobre la operación en la que trabajábamos. No sé por qué me sorprendo, yo habría hecho lo mismo. Estábamos entrenados para abstraer la mente del dolor. No pensar, abandonar nuestro cuerpo, bajar las pulsaciones, morir. Pero para mí había marcado un antes y un después. Ya no encontraba sentido a aquella guerra absurda. No sin él. Así que emprendí mi camino, por una ruta poco transitada. Antiguo camino de piratas  y contrabandistas. Ya debía estar cerca, tan sólo unos pocos kilómetros me separaban de un nuevo nombre, un pasaporte diferente, la oportunidad de comenzar de cero.
Frente a mí, se mostraba un nuevo recodo del camino. Estaba muy iluminado y eso me asustaba. Había aprendido que la oscuridad es la mejor aliada del que huye y yo llevaba mucho tiempo huyendo, demasiado. Desconfiaba de la luz. Agucé el oído y el inconfundible eco de las órdenes militares me hizo estremecer. Si me encontraban estaba perdida. Si eran los de mi bando, me juzgarían por desertar. Si eran los del contrario me torturarían hasta la muerte para obtener información. Ya no había amigos o enemigos. Eran el resto... Y yo. Salté al otro lado del muro agazapándome entre las rocas, manteniéndome donde la luz no pudiera delatarme. Los pasos se acercaban y también las voces, cada vez más claras. Junto a mi mano cayó la colilla aún encendida de un cigarro. Los soldados continuaron su marcha, distraídos y confiados. Permanecí oculta aún varios minutos. Luego atravesé la zona iluminada por el otro lado del muro, no quería más sorpresas. Dos horas más tarde, arropada por la oscuridad y con la cara llena de salitre llegué a la frontera. Lo había conseguido.




Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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