Mi
día empezó en blanco y negro. A la hora indicada, tomé el vuelo hacia mi nueva
vida. En la maleta llevaba tan sólo lo necesario, el resto me seguiría en un
camión de mudanzas. Apenas ocho kilos de ropa y zapatos perfectamente ordenados
en un trolley de cabina. No pagué penalización por exceso de equipaje y sin
embargo sentía sobre mis hombros la pesada carga de dirigirme a un destino
lleno de incertidumbre.
Dentro del avión las
acciones rutinarias se sucedían una a la otra con perfecta armonía. Los
mensajes de megafonía, el catering, los avisos de seguridad... Zumo de tomate
con sal y pimienta por favor. Mi petición fue recibida con una amplia sonrisa, un gesto diligente y la entrega de un vaso con mi bebida favorita. Conecté el
iPod en modo aleatorio y la selección automática del reproductor fue perfecta.
Sonó el hit de aquel verano inolvidable, la melodía con la que tantas bromas
hicimos en la universidad, la que le regalé a mi mejor amiga por su cumpleaños,
la que no podía evitar bailar aunque fuera siguiendo el ritmo con los dedos de
la mano, la que siempre cantaba a voz en cuello... Mi gesto gris se había
tornado en sonrisa sin apenas darme cuenta. Terminé el zumo y miré por la
ventanilla:
Descubrí la belleza del cielo, los picos nevados, las nubes al alcance de mi mano... Sonreí. Acababa de descubrir que el paisaje no termina allá donde nuestra vista ya no puede alcanzar; que la vida no es una gama de grises; que hay tantos colores como estados de ánimo; que las fronteras las marcan las personas; que la vida termina en muerte, pero lo que pase entre ambos momentos sí, está en nuestras manos; que por muy mala que sea la noche siempre sale el sol; que el invierno nos enseña lo hermoso que será el verano... En un corto vuelo de apenas dos horas, descubrí que el mundo es redondo.
Descubrí la belleza del cielo, los picos nevados, las nubes al alcance de mi mano... Sonreí. Acababa de descubrir que el paisaje no termina allá donde nuestra vista ya no puede alcanzar; que la vida no es una gama de grises; que hay tantos colores como estados de ánimo; que las fronteras las marcan las personas; que la vida termina en muerte, pero lo que pase entre ambos momentos sí, está en nuestras manos; que por muy mala que sea la noche siempre sale el sol; que el invierno nos enseña lo hermoso que será el verano... En un corto vuelo de apenas dos horas, descubrí que el mundo es redondo.
Fotografías: CC Edurne Iza: sobrevolando los Pirineos
Texto: Onintza Otamendi Iza
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