Tengo un amigo que me contó que un amigo suyo tiene miedo a volar. Aerofobia, como le llaman los expertos. El caso es que hace unos meses, tuve la oportunidad de conocer al amigo de mi amigo y resultó que era justo lo contrario de lo que yo había imaginado. Pensaba que, frente a mí en aquella cafetería, aparecería un ser de aspecto frágil y con comportamiento de sabiondo de serie televisiva, al más puro estilo Sheldon Cooper. Sin embargo, imperdonable para alguien como yo, había sido víctima de todos los estereotipos existentes al respecto y me quedé gratamente sorprendida al estrechar la mano de Ismael, un joven atractivo y seguro de si mismo que no dudó en extenderme su tarjeta de visita, donde la combinación de las palabras senior, executive y manager no dejaban lugar a la especulación, y estrujar los huesecillos de mi mano con solemnidad y mirada penetrante. Dada mi profesión, mi amigo y amigo de Ismael, me había solicitado como un favor personal, que echara una mano al pobre e inseguro ejecutivo en su trance con los aviones.
Ahora que lo pienso, debéis disculparme ¿Dónde están mis modales?. El motivo por el que mi amigo me pidió ayuda, es porque soy psicóloga y pensó que sería capaz de charlar con Ismael, escudriñar en su pasado a base de preguntas "indiscretas" y descubrir el origen de su fobia a los aviones, lo que nos dejaría a mitad de camino de resolver el problema.
Lo que mi amigo no calculó es que en muchas ocasiones, los seres humanos nos sentimos inseguros e intentamos ocultarnos tras esa mirada fría de superioridad y gesto de perdonavidas con la que los padres regañan a los niños o los niños tratan a sus juguetes. No es algo que reconozcamos de forma natural, yo de hecho, al confesarlo, me convierto en una excepción. Solemos dejarnos influenciar por los libros de texto, las estadísticas y las teorías de comportamiento humano y tendemos tan pronto obtenemos una brizna de información sobre alguien, a catalogarlo, etiquetarlo, diagnosticarlo y hasta decidir el mejor modo de tratarlo, sin tan siquiera haberle dado los buenos días. Por lo que mi amigo me había explicado, yo había imaginado a Ismael como alguien que había pasado gran parte de su vida entre libros y teorías científicas, lo que le habría convertido en un ser con serios problemas para las relaciones humanas y con una clara tendencia a desarrollar todo tipo de fobias y manías. Así que cuando aquel extraordinario ejemplar del género masculino con su tarjeta de "Senior Executive" sus modales refinados y su mirada carente de miedos se sentó ante mí sólo encontré el recurso de la risa tonta y la pregunta incómoda y obvia.
- ¿Nuestro amigo en común me ha dicho que tienes miedo a volar? ¿Has tenido alguna mala experiencia en alguna travesía aerea?-Ismael respondió con una sonora carcajada y al ver mi gesto desencajado se aclaró la voz y repuso-
- La verdad es que perdí el miedo a volar hace mucho tiempo, a base de razonar, de analizar estadísticas de accidentes aereos y si te soy absolutamente sincero... A base de volar, que pienso que es la mejor terapia, enfrentar tus miedos hasta que desaparecen.
Ismael acababa de arrastrar por el suelo mi segundo, tercer y cuarto paso. Intentaba buscar algo adecuado que decir, cuando él continuó,
- Simplemente, nuestro amigo común me había hablado muchas veces de ti y tras darle un par de vueltas, se me ocurrió que un buen modo de obtener una cita contigo, sin necesidad de ponernos bajo la presión de llamarle cita, era despertar tu curiosidad y permitirte crear un estereotipo en tu cabeza para luego despedazarlo en unos minutos ¿Porque eso es lo que te ha sucedido verdad?.
- ¿Serviría de algo decir no?
Fue una tarde maravillosa, vestida con conversaciones inteligentes y desnuda de estereotipos. Esa tarde decidí que nunca jamás obtendría información previa de mis pacientes, al menos hasta pasada la primera visita.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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