Paseando por la ciudad de Barcelona, llegué a La Fuente de Montjuic. Era de noche y estaba iluminada. Los chorros de agua cambiaban de dirección dibujando formas imposibles al compás de la música de fondo. Me alejé unos cuantos metros para tomar una fotografía de tan maravillosa escena, con la esperanza de que mi cámara pudiera no sólo captar la imagen, si no también las sensaciones que yo experimentaba en aquel momento. La perfecta armonía entre sonido y movimiento, la frescura de millones de minúsculas gotas de agua salpicando mi rostro, las expresiones de la gente que asombrada disfrutaba como yo de aquel instante. Cuando levanté el dedo del disparador, la magia se había producido. De algún modo, la simetría de la imagen y las espirales de luz en que se había convertido la fuente fueron capaces de captar la emoción de aquel momento. Quizá fuera casualidad, pero hasta el bebé del centro de la foto, que acompañaba a su padre en un cochecito, dejó de llorar cuando el espectáculo comenzó. En ocasiones una imagen nos muestra mucho más que dos simples dimensiones.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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