Los faros son evocadores, románticos y atractivos. Nos recuerdan las grandes tormentas y los viejos solitarios con barba y fumando en pipa. Han inspirado a escritores y directores de cine para crear obras míticas. Han salvado la vida de miles de marinos. Iluminan nuestros cielos y guían las vidas de los viajeros.
En realidad, yo soy uno de tantos peregrinos que recorre los senderos de la vida. En ocasiones, en un cruce de caminos tomo un desvío transitado. El reflejo de las vidas de los otros caminantes me acompaña durante un tiempo, me reconforta y me hace sentir grande, segura de mi misma. De pronto, llego a una nueva intersección y cada ser sigue su rumbo, hasta que me doy cuenta de que ese sendero por el que avanzo ahora, sólo está alumbrado por mi energía y el resplandor ya no parece tan fuerte, ni tan claro, porque a cada uno de mis pasos tropiezo con el reflejo de mis propias preguntas, inseguridades e incertidumbre. ¿Será el camino correcto?. Pero lo fascinante de la vida, es que nunca lo sabremos mientras no tomemos el riesgo de emprender el trayecto, de llegar al final y hacer balance de lo que hemos ganado y perdido durante el viaje.
Por fortuna, no todo es oscuridad a lo largo del camino. De tanto en tanto me encuentro un faro. Algunos colocados en lugares estratégicos, cuya luz evita de forma providencial que resbale y caiga al abismo. Otros, amenizan mi rutina y alegran mi paso. Pero los más peligrosos son los que emulando a corsarios y piratas, me guían entre las tinieblas con el oculto cometido de obligarme a navegar por aguas poco profundas. Aguas que al menor signo de tempestad se convierten en una trampa mortal de la que no es posible salir. O al menos no sin haber sufrido daños irreversibles.
Por eso, en esta ocasión queremos enviaros un destello de autoconfianza. Porque no hay luz que brille con más fuerza que la que cada uno llevamos en nuestro interior. Porque no hay verdad más grande que la que nuestro propio corazón responde a cada una de nuestras mentiras. Porque al cerrar los ojos, nos quedamos a solas con la realidad. Sin maquillaje, sin diplomacia, sin negociaciones. Por eso, no debemos olvidar que hay que pagar por circular por las grandes autopistas. Que todos los caminos llevan a Roma y que como decía Machado, "Caminante no hay camino..."
Hace algún tiempo aprendí a confiar en mi propio faro. A transitar sin desvíos por el camino que me he trazado y a incluir el NO en mi vocabulario diario. Os aseguro que es saludable y acerca mucho a ese estado ideal que llaman felicidad. Así que... ¡Sed felices!
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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