La Foto de la semana: 01-04-2012 "Celia y el lobo"

Edurne Iza, Celia y el lobo

Cuando Celia tomó su cuaderno de dibujo y se fue a pasear por los alrededores de la aldea, no podía imaginar las aventuras que estaba a punto de vivir. Se dirigió hacia los acantilados, pese a las advertencias de sus padres. "Es un lugar peligroso, no debes jugar allí"-recomendaba la madre. "La leyenda cuenta que quien se acerque demasiado a la guarida del lobo, quedará convertido en piedra"-sentenciaba el papá. Semejantes afirmaciones no hacían más que estimular la curiosidad de la pequeña, que lejos de sentirse intimidada, experimentaba una irresistible atracción hacia el prohibido lugar.
Caminó distraída durante un buen rato, hasta llegar a una zona que le pareció perfecta para practicar con sus lápices de colores. Se sentó en una piedra lisa, libreta en ristre, para poder admirar la belleza salvaje de aquellas rocas acariciadas por la suave espuma del mar. El sol brillante reflejaba sobre la superficie marina como en un espejo. Hacía calor, una densa humedad que invadía los pulmones de Celia. Pronto la desbocada imaginación de la niña se adueñó de ella y en su mente, el mar adoptó una extraña forma esférica de un azul vivo. Los reflejos rojizos del sol sobre las rocas se tornaron más intensos, como si las piedras estuvieran ardiendo y al sumergirse bajo las aguas, las tiñeran de un rosa liliáceo. Luego reparó en una extraña figura, justo delante de ella. Tenía forma de lobo, como si estuviera vigilando para que nadie se acercara demasiado al precipicio.
Cualquier niño de la edad de Celia, se hubiera sobresaltado al distinguir la silueta del animal, y más con las historias que circulaban en la aldea, sobre curiosos y desobedientes convertidos en piedra. Sin embargo ella, enternecida por la soledad de la estatua, acarició su cabeza y se disponía a darle un beso en el hocico, cuando las piedras se agitaron, los ojos cobraron vida y el cuerpo se llenó de pelo negro y plata. ¡El lobo!. Celia observaba maravillada al espléndido ejemplar cuando éste, con voz profunda le dijo:
-Hola Celia, gracias por no tenerme miedo
-Hola Lobo ¿miedo? a mí sólo me has dado pena.
-No es pena lo que los humanos suelen sentir hacia mí. Explícate.
-Pena por verte tan solo en este acantilado. Condenado a la tarea eterna de vigilar. Porque es eso lo que haces ¿verdad?
-Eres una jovencita muy lista. Hace muchos, muchos años yo vivía en el bosque con mis padres y mi hermanita, Lobezna. Era muy traviesa y mamá, me encargó que cuidara de ella. Fuimos a dar un paseo y llegamos a este precipicio. Ella jugaba sin fijarse en las piedrecillas sueltas y en un descuido resbaló. Salté para sujetarla, pero fue demasiado tarde y se estrelló contra las piedras. Su cuerpo nunca apareció, las olas lo arrastraron. Mi padre enloqueció tras la tragedia y no quiso aceptar la muerte de Lobezna. Así que con ayuda del hechicero del bosque, me convirtió en estatua de piedra y me condenó a la eterna vigilancia, por si un día el mar decidía devolverla. Todos en la aldea me temen y prohíben a sus hijos que se acerquen hasta aquí. Hace años que mis padres fallecieron  y he perdido toda esperanza de volver a ver a mi hermana.
-Es una historia muy triste, Lobo ¿Qué piensas hacer ahora? Eres libre.
-Libre... Pero ¿qué significa libre? Yo no sé cómo ser libre.
-Puedes ir donde te plazca y hacer lo que quieras. Sin pedir permiso ¡Es maravilloso!
-Pero no sé dónde ir, ni puedo hacer otra cosa que no sea vigilar este acantilado. Tengo miedo de ser libre.
-¡Vaya! eso debe ser lo que les ocurre a los adultos de mi aldea... Por eso nunca quieren aventurarse a salir más allá del límite del bosque ¡Tienen miedo a ser libres! Bueno Lobo, déjame pensar, estoy segura de que algo se me ocurrirá.
Y así fue. Celia se presentó en casa acompañada de Lobo. Por fortuna, nadie la vió cruzar la aldea, acompañada por el peludo animal. Su padre agarró la escopeta para ahuyentarlo, temiendo por la vida de su pequeña y a Celia, le costó varias horas convencer a su familia de que Lobo era inofensivo, que había sido víctima de un hechizo siendo apenas un cachorro y que no tenía dónde ir. Al final, accedieron a que pasara la noche en el establo. Los caballos relincharon al principio, pero cuando le vieron  hacerse un ovillo junto al heno y dormir plácidamente, durmieron también. Lobo fue entrenado para guiar los rebaños de ovejas. Se convirtió en un leal guardián de la finca y sobretodo en el más fiel compañero de juegos de Celia. Juntos iban cada domingo hasta el acantilado y miraban el mar y las rocas. Los papás de Celia estaban tranquilos porque sabían que su niña estaba a salvo con Lobo. No podía tener mejor compañía.
Los años pasaron y Celia se convirtió en una joven alta y sana. El pelo de lobo se fue tornando blanco, sus fuerzas mermaron y las ovejas parecían correr a su lado a la velocidad de la luz. Ya nunca iban de paseo, Lobo no tenía energía. Una mañana gris y lluviosa, Lobo pidió a Celia que le acompañara al acantilado. Es hora de reunirme con Lobezna, dijo. Celia no entendía muy bien a qué se refería su fiel amigo, pero decidió seguirle. Lobo se colocó sobre la roca que tantos años había sido su encierro y miró al mar una vez más, buscando a su hermana. Entonces a lo lejos, le pareció distinguir sus ojos vivarachos y su hocico brillante. ¡Lobezna!-gritó, al tiempo que emprendía una última y frenética carrera hacia el abismo. Tomó impulso al llegar al borde de las rocas y saltó al encuentro de su perdida Lobezna. Desapareció entre las aguas agitadas del mar sin que Celia pudiera hacer nada para evitarlo.

Cualquiera que visite hoy este mágico lugar encontrará flores frescas adornando una pequeña inscripción que dice "Descansa en paz Lobo".



Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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