Fila doce como el año, 2012. Viajaba acurrucada junto a una ventanilla con la mirada perdida. En otras circunstancias hubiera estado tensa, rígida, fingiendo dormir para evitar el pánico que me producen los cinco primeros minutos de vuelo. Esos momentos en que la mole metálica desafía las leyes de la gravedad y las turbinas imponen su poder, ganando metros, pies en argot aeronáutico. Sin embargo no había espacio ni tiempo para el miedo. Mi cerebro estaba aturdido y mi corazón vacío. En silencio, atrapada en un bucle destructivo sólo era capaz de reproducir una y otra vez la escena, que unas horas antes, me había empujado con inesperada improvisación a comprar aquel billete.
Llegué hacia mediodía a nuestro coqueto apartamento parisino. Me sentía feliz por estar pronto en casa. Esperaba encontrar a François como siempre absorto en su trabajo. Era poeta y en los últimos tiempos le costaba hallar ese misterioso combustible que a los escritores les gusta llamar inspiración. La gente de ciencias, como yo, cuadriculados y matemáticos, lo consideramos un concepto abstracto... Inspiración.
Irrumpí en el dormitorio al grito de ¡"mon amour te invito a almorzar en Chez Nénesse"! y lo descubrí, bajo una oronda mujer de la que no pude distinguir el rostro ni la edad. Tampoco me importaba. Sólo miré los ojos de François y vi sorpresa y vergüenza. Cerré la puerta tras de mi y comencé a avanzar con decisión por el pasillo hacia la salida.
-¡Alicia! ¡no es lo que parece! ¡puedo explicarlo!
Me giré atraída por la "originalidad" de la frase, intentaba alcanzarme con los calzoncillos floreados de color celeste a la altura de los tobillos, mientras sus pies se entrelazaban y caía torpemente sobre la moqueta. La imagen era patética y si no hubiera sentido un dolor tan profundo, me hubiera echado a reir.
Hacía pocos días había rechazado un nuevo destino dentro de la empresa. Me ofrecían dirigir un equipo de investigación neurológica en Sidney. El sueño de cualquier científico que como yo había dedicado su adolescencia y parte de su juventud al estudio. Sin embargo, renuncié por amor. Ni siquiera había mencionado el asunto a François para no perturbar su búsqueda de inspiración. Tomé el móvil indignada.
- ¿Jacques?
- ¡Alicia! ¿Cómo estás?
- Jacques ¿sigue en pie lo de Sidney? Acepto
- No hace ni una semana me dijiste que no podías aceptar... Porque no era el momento
- Las cosas han cambiado
- Alicia esto no es un juego. El puesto es tuyo, sabes que te considero la mejor y quiero que estés al frente del equipo en Australia, pero hazme un favor, no cambies nuevamente de opinión ¿de acuerdo?
- Tranquilo Jacques, mi decisión es irrevocable
En menos de 72 horas estaba en la sala de espera del aeropuerto, dispuesta a embarcar rumbo a mi nueva vida. Me senté a esperar la llamada del vuelo. Tenía delante una pantalla que reproducía vídeos musicales. Miré distraída y de pronto me atrajo una musiquilla estridente y un personaje ridículo bailando de forma compulsiva, vestido tan solo con un calzoncillo floreado de color celeste que repetía sin parar "I'm sexy and I know it".
Me quedé absorta, pensando que debía ser una broma de mal gusto, hasta que por los comentarios del presentador del programa musical, comprendí que era el último hit en las listas internacionales. Pasé los siguientes minutos analizando el mensaje de la canción y llegué a la conclusión, de que no importa la belleza o la profesión, las modas o el físico, tan sólo tener confianza en uno mismo, personalidad y hacer exactamente aquello en lo que se cree. Sin pararse a pensar en la opinión que el resto del mundo pueda tener de nosotros. Eso hacía el tipo del vídeo y pensé "¡guau! ¡eso es inspiración!.
Ya en el avión, miré a mi alrededor, vi a una azafata con el cinturón de seguridad abrochado en un asiento plegable, justo frente a mí, esperando que se apagara la señal luminosa para comenzar con la tarea de preparación del catering. Sonrió y le devolví el gesto con amabilidad. Miré por la ventanilla y a la derecha, me llamó la atención una avioneta amarilla y azul. Observé como se alejaba, volando a baja altura. Pensé en Bogart y en su magistral Rick Blaine pronunciando la célebre frase "Siempre nos quedará París". A mí ni París, mascullé con cinismo.
- Perdone ¿cómo dice? -preguntó el pasajero que viajaba en el asiento contiguo-
- Lo lamento, un atrevido pensamiento que ha escapado entre mis labios
Era un hombre muy atractivo, con el cabello claro y ondulado. Parecía un surfista. Sus intensos ojos azules me observaban con atención mientras alargó su mano para presentarse,
- Mi nombre es Rick Blaine... ¡Sí como el de Casablanca, pero nada que ver con el bueno de Humphrey! -afirmó divertido al ver mi cara de asombro- Vuelvo a casa para participar en un proyecto de investigación neurológica en la universidad de Sidney ¿Y a usted? ¿Qué le lleva a visitar mi país?
A pesar del estado de shock, logré que una parte de mi cerebro trabajara a toda velocidad en la respuesta. Tanta coincidencia no podía ser accidental, así que me dejé arrastrar por la ola del destino y entablé una encantadora conversación con mi nuevo amigo. Progresivamente, el resto de mi sesera reaccionaba. Dediqué algunos recursos a analizar su gestualidad. Una neurona atrevida intentó distinguir bajo su camiseta los robustos abdominales, otra dirigió mi mano hacia el pelo, realizando estúpidos tirabuzones con el dedo índice. La última de mis neuronas activas no podía evitar pensar.... ¡I'm sexy and I know it!.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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