La Foto de la semana: 22-01-2012 "Resplandor"

Edurne Iza, Resplandor

Koko siempre me insistía en lo saludable que era correr. Equiparse con ropa cómoda, un reproductor de mp3 y salir a ejercitar los músculos y desconectar el cerebro. No podría contar, las veces que me animó a practicar este deporte. Las innumerables alabanzas y la detallada descripción de todos los beneficios que obtendría de tan económica y sencilla actividad. Sin embargo, para mí se aproximaba bastante a la definición de tortura corporal y angustia mental. Lo intenté, eso seguro, pero me concentraba tanto en mantener el ritmo adecuado de mi respiración, que terminaba por descoordinar el paso, no escuchar la música y sentirme invadida por una sensación de ahogo, que terminaba por agotarme físicamente.
Pasó el tiempo y cada día era más consciente de que debía realizar algún tipo de ejercicio. Estaba convencida de que la vida sedentaria sólo conseguiría destrozar mi salud. Hacía tiempo que Koko había dejado de hablar sobre el jogging como opción deportiva, simplemente lo practicaba en solitario y con disciplinada regularidad, mientras yo fingía no prestarle atención. Aquella mañana, soleada y primaveral, decidí aprovechar que él estaba de viaje, para intentar por última vez, aficionarme a correr. Pensé en no compartirle mis intenciones, para evitar crear falsas expectativas y reavivar los fantasmas del pasado. Mi plan era sencillo. Mentalizarme, vestirme apropiadamente y subir tanto el volumen de la canción de moda http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=yR5jN_vLYgw, que no pudiera escuchar mi propia respiración, disfrutar del paisaje y... ¡Todo saldría bien!. Decidí tomar el paseo junto a la costa. Un recorrido llano, sinuoso, con aire puro y la espectacular vista del mar, infinito, desapareciendo en el horizonte.
Comencé a avanzar con torpeza, reconozco que durante unos minutos, la belleza del paisaje era tal, que conseguí evadirme de todo cuanto me rodeaba. "Esta es la sensación de la que tanto habla Koko", pensé, y me inundó una intensa sensación de satisfacción. Entonces, de reojo, vi como un par de tipos avanzaban hacia mí. Me giré sin dejar de correr y tenían un aspecto escalofriante. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que estaba completamente sola. Nadie paseaba a esa hora, ni jubilados, ni gente con sus perros, ni madres con los niños. Aceleré y ellos hicieron lo propio. Pronto mis piernas no podían estirarse más en cada zancada y sin embargo ellos acortaban distancias. Podía oir sus pasos y respiración agitada. Continué corriendo, no tenía alternativa. Ante mi, justo al llegar a una curva del camino, apareció una intensa luz, un resplandor de un brillo inusual, que cegó mi carrera. Avancé unos metros, casi a ciegas y de pronto los gritos de mis perseguidores me hicieron frenar en seco.
- ¿Dónde está?
- ¡No lo sé!  ¡Estaba ahí ahora mismo y ha desaparecido justo al doblar el recodo!
- ¡No es posible! ¡Busca por ese lado, se habrá tirado al agua!
Allí estaba yo, a tan sólo unos pasos de distancia, mirándoles fijamente, jadeando por el esfuerzo de la carrera y sorprendentemente a salvo. Podía verles, desde la intensa luz que me protegía. Les escuchaba con claridad y sin embargo, yo había cruzado una barrera, encubierta por una dimensión desconocida. Era como estar escondida tras una cortina invisible. Igual que en las series de ciencia ficción que veía siendo una niña.
Esperé un buen rato, hasta que mis perseguidores se convencieron de que, de algún modo, yo, me había evaporado. Cejaron en el intento y se fueron en busca de una víctima menos escurridiza. Me acerqué a la luz de nuevo, intentando descubrir el instante exacto en que cruzaba al "otro lado". Obviamente, no lo conseguí. Me senté sobre el muro de piedra mirando al mar, iluminado con aquella intensidad que lo hacía parecer blanco, fundido con el cielo, desapareciendo en el infinito. Subí el volumen y continué corriendo. La experiencia había sido tan intensa, que cuando llegué a casa, tras más de media hora de recorrido, me percaté de que no había controlado mi respiración ni una sola vez. Había memorizado la letra de un par de canciones y había logrado que la tensión acumulada durante la semana de duro trabajo, saliera expulsada de mi cuerpo en cada zancada. Había descubierto cómo aislar el cuerpo de la mente y disfrutar, aunque para ello hubiera sido necesario, cruzar al otro lado del crepúsculo.
Koko regresó a casa el viernes por la tarde, agotado, tras un viaje salpicado de atascos de tráfico, llamadas, correos electrónicos, reuniones interminables y tediosas cenas en las que inevitablemente se come y bebe más de la cuenta. Como siempre, el sábado, se enfundó su ropa deportiva y se preparó para salir a correr. Cuál fue su sorpresa cuando al venir a despedirse con la retórica frase de "hasta luego cariño, estaré de vuelta en una hora", me encontró perfectamente equipada y lista para acompañarle. A su cara de estupefacción, respondí con una mueca sarcástica y un divertido,
-¡Vamos holgazán! ¡Hay que mover los músculos!


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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