La noche era cálida. Salí al jardín, para disfrutar de mi copa, arropada por la luz de la luna, contrastada con la blancura de las callas, que adornaban la escalera. Celebrábamos nuestra despedida. La de los cuatro intrépidos astronautas, que partiríamos en pocos días, con la especial misión, de inspeccionar la cara oculta de la luna. Me senté en uno de los peldaños de brillante mármol ante un espléndido espécimen de calla blanca. Por un momento, mis pensamientos se centraron únicamente en aquella bella flor, importada desde Sudáfrica allá por 1731, símbolo de distinción, belleza y estabilidad. Protagonista de grandes eventos y acontecimientos inolvidables. Blanca, misteriosa y sola, igual que el satélite que nos esperaba a más de 380.000 kilómetros de distancia.
Nuestro objetivo una vez realizado el alunizaje, sería recorrer la superficie, tomando muestras de rocas, minerales y cualquier indicio de vida actual o anterior, que permitiera a los científicos, determinar la viabilidad de una futura adaptación humana, a la supervivencia en nuestro satélite natural. Los científicos aseguran, que las constantes catástrofes, provocadas por el hombre y que están acelerando el deterioro de nuestro planeta, han puesto en marcha un mecanismo de cuenta atrás, hacia la destrucción inminente de la Tierra. Así pues, las grandes fortunas, pensadores, científicos y gobiernos de naciones influyentes, han aunado esfuerzos para asegurar la supervivencia de unos pocos elegidos, que llevarán consigo el conocimiento acumulado durante siglos y la tarea de asegurar la perpetuación de la especie.
Una suave brisa alborotó mi cabello, haciendo que mi cerebro volviera al momento actual, justo en el instante en que un intenso sonido, retumbó en la noche. Le siguieron los ladridos de los perros de la finca, un agudo grito de terror y numerosas carreras previas al caos y la confusión total. Intenté regresar al salón principal, de donde procedía el bullicio, pero una marea de personas corriendo despavoridas me lo impidió. Me crucé con una mujer vestida de verde que tenía la cara salpicada de sangre. En su carrera, los invitados se empujaban, perdían zapatos y bolsos. Sólo deseaban salir de la casa y sentirse a salvo. Me acerqué con cautela al salón principal. Vi a mis tres compañeros de expedición, junto a varios hombres de traje oscuro y a sus pies... ¡El señor Morrison!. Yacía inerte y ensangrentado, mientras unos intentaban reanimarlo y otros llamar a los servicios de emergencia. Angustiada pregunté:
- ¿Qué ha pasado?
- ¡Es terrible! alguien ha asesinado a Morrison. No hemos visto nada. Tan sólo el disparo y ha caído fulminado.
De pronto, me sentí protagonista de una historia al más puro estilo Agatha Christie. Una mansión perdida en la campiña. Invitados distinguidos, astronautas con la misión de salvar la raza humana y el magnate que financia tan descabellado plan, es asesinado sin que haya testigos. En pocos minutos llegaron la ambulancia y varias unidades de la policía. Nada pudo hacerse por el desdichado, que falleció en el acto. La bala, atravesó el hueso frontal y salió por la nuca, levantándole parte del cráneo. A los ojos de las autoridades, todos éramos sospechosos e incluso muchos, podían tener motivos de venganza. Morrison, no era precisamente conocido por su transparencia en los negocios. Los escándalos amorosos y los escarceos con las drogas, teñían su existencia de un blanco sucio, igual que la masa encefálica que se esparcía alrededor de su cabeza.
La policía cerró todos los accesos a la finca y nos pidió que permaneciéramos allí, hasta que hubieran tomado los nombres, huellas y declaración a todos los asistentes, invitados y servicio. La noche, prometía ser larga e intensa.
Habían pasado unas tres horas, aún no habían atestiguado ni la mitad de los asistentes, cuando una mujer vestida de blanco, elegante, sobria y con gesto ausente, avanzó lentamente por la estancia. Me llamó la atención, que llevara una calla blanca en la mano izquierda. Acercó la flor a su mejilla, recorrió su rostro hasta la boca, donde se detuvo un instante, la besó, imprimiendo sus rojos labios en la gran hoja con forma de corazón. Entonces, con levedad, dejó caer la calla sobre el cuerpo inerte de Morrison, levantó la mano derecha, en la que empuñaba un revólver y se disparó en la sien. Cayendo sin vida sobre el hombre.
Días después nos enteramos que la mujer, era la señora Morrison y la pistola había sido disparada otra vez aquella noche. La policía cerró el caso como un crimen pasional. Yo... No puedo parar de pensar en aquella luna llena, la brisa tibia y la calla blanca.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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