- ¡Hola Ota!
- ¿Cómo tu por aquí?
- Pues mira, he decidido salir a dar un paseo. Hace un día espléndido y dado que pronto llegarán los rigores del invierno, hay que aprovechar, no crees?.El aire y el sol favorecen mis viejas articulaciones.
- Desde luego. La temperatura es ideal y el sol brilla con fuerza.
- Por cierto ¿te has fijado que han vuelto a instalar el viejo reloj de sol?
- ¡Desde luego! pasé el otro día volando por esta zona y me di cuenta que la fachada estaba recién pintada, la reja de hierro forjado reluciente y el reloj de sol como nuevo. Me alegré mucho. Para míi son tantos recuerdos...
- ¿Recuerdos?
- Sí, cuando conocí a Oto, solíamos acercarnos a retozar a esta casona. La claraboya que está cerca del tejado no tenía cristal y daba acceso al interior de la casa. Era una estancia amplia, con vigas de madera en el techo y donde había amontonados muchos muebles antiguos, cuadros, fotografías, y en un rincón estaba el reloj de sol. Apoyado en una esquina, lleno de telarañas y polvo. Al principio no sabía exactamente para qué servía pero Oto me lo explicó. Me pareció asombroso utilizar las sombras producidas por el propio sol, para determinar la hora del día. Lo encontrarás estúpido, pero para nosotros, era como un talismán. Testigo mudo de nuestro amor de juventud, el que sellamos para toda la vida, como buenas gaviotas que somos. Aunque siguiendo las costumbres de nuestro género, nos separamos durante el año y volvemos a reunirnos para la cría. Nada nuevo, vamos.
- No me parece en absoluto estúpido. Todo lo contrario, es muy tierno. Continua con la historia por favor.
- De acuerdo. Seguimos visitando el trastero y cuando algún tiempo después, nuestra relación estuvo consolidada, decidimos tener descendencia. Nos pareció buena idea, proteger e incubar los tres huevos que puse, bajo aquel mágico instrumento de medir el tiempo.
- Es curioso, normalmente los de nuestra especie, escogen acantilados y zonas de difícil acceso para proteger a sus crías.
- Lo sé, pero a Oto y a mí, nos pudo el romanticismo y aquel lugar parecía seguro y resguardado para los pequeños. Una mañana, habíamos salido de pesca y tuve un presentimiento. Un escalofrío recorrió mi plumaje y pensé que algo terrible les estaba sucediendo, así que convencí a Oto y regresamos raudos, para comprobar la situación. Efectivamente, el instinto de una madre no suele fallar y encontramos a un cuervo viejo, de destartaladas plumas negras, a punto de clavar su pico, de color naranja intenso, en uno de los huevos. Aterrorizada, emití un angustioso graznido que alertó al depredador, Oto se lanzó en picado para atacarle. El cuervo separó sus alas, arqueándolas y preparándose para la lucha. Entonces sucedió. Como por arte de magia, el viejo reloj de sol, se resbaló de tal modo, que clavó el estilete metálico que sirve para proyectar su sombra sobre el cuadrante de cerámica, en el pecho del cuervo. Éste, lanzó un grito desgarrador, aleteó con fuerza y se rindió a la muerte. Oto, se apresuró a estirarlo con su pico y llevarse el cuerpo inerte del lugar. Unos instantes después, regresó para estar a mi lado y comprobar que todo estuviera bien. En ese preciso momento, uno de los huevos se agrietó y vimos un diminuto pico asomar con timidez, luego una cabecita despeinada y una pata y la alas... era nuestro primer retoño, que nacía a salvo protegido por sus padres y por nuestro amigo, el reloj de sol. Por eso, verlo de nuevo instalado en la pared de la casa, reluciente y en plena forma, me ha llenado de emoción. Sé que para un reloj de sol, es el máximo estado de felicidad, igual que para una joven pareja de gaviotas, ver la carita de su polluelo por primera vez.
- ¡Snif!, caramba que historia más conmovedora. No sabía nada de esto.
- Sí. Para Oto y para mi, siempre ha sido un lugar secreto y mágico. Han pasado más de quince años, Oto nos dejó el pasado invierno y yo probablemente no supere éste. Así que me gustaría, que nuestra historia permanezca viva y que las gaviotas respeten por siempre a nuestro amigo y protector, que por fin fue rescatado de las sombras de un trastero.
- Tranquila Ota, me encargaré de que el resto de gaviotas lo sepan y lo transmitan a las generaciones venideras.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta foto libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario