La Foto del día: 05-09-2011 "Cuatrodedos, la venganza"

Edurne Iza, Cuatrodedos, la venganzaAmaneció soleada la mañana que arribamos a puerto. La travesía fue larga. De esas, en las que los músculos del estómago se endurecen, a base de soportar el movimiento. Llena de largas noches de tormenta. De crujidos de madera y golpear de olas en el casco. Pero ese día, el mar despertó inmóvil... Y llegamos a nuestro destino. Mi acuerdo con el capitán había terminado. Baldear la cubierta dos veces al día, remendar velas y redes y colaborar con la limpieza del pescado y las tareas de la cocina, no me parecieron mal pago por una travesía que me llevara al otro lado del océano. Él consideró que hacía un trato ventajoso. Yo era un joven fornido, rebosante de salud y dispuesto a trabajar de sol a sol, para ganar mi pasaje. Para mí, era probablemente, la única posibilidad de culminar mi venganza.
Sabía que los viejos filibusteros disfrutaban frecuentando las tabernas del puerto, así que decidí comenzar mi búsqueda en un típico local de la zona. Debía ser cauto. Si dejaba traslucir mi interés por encontrar a Cuatrodedos, podría dar al traste con todas mis esperanzas de acabar con el canalla que destrozó mi familia. Un cartel decorado con la figura de un lúgubre capitán al timón de su barco señalaba el lugar. Ocupé una mesa vacía y pedí una jarra de vino tinto y un plato de olivas. El cantinero, trajo además, unas cuantas hogazas de pan y una botellita de aceite de oliva de un tono verde intenso, tapada con un tapón de corcho. Me pareció el más delicioso manjar desde hacía muchos días. Levanté el tapón, cerré los ojos y aspiré con fuerza, deseando que el aroma llegara hasta lo más profundo de mi nariz. Una voz rota y seca rompió el placentero momento.
- ¡Queso, pan y vino! - rugió al tiempo que golpeaba la madera de la mesa con su puño.
Escuché al resto de clientes cuchicheando al fondo. Agucé el oído. Alguien decía "ya está aquí de nuevo este Cuatrodedos, sólo nos traerá desgracias". Un escalofrío erizó el pelo de mi nuca. ¿Sería posible que estuvieran hablando del mismo Cuatrodedos?¿Del que asesinó a mi padre a sangre fría para robarle los ahorros de su duro trabajo, dejando a un chiquillo de tan sólo diez años abandonado en plena noche?. Habían pasado mucho años. Cuatrodedos llamó a nuestra puerta una fría noche de Enero. Estaba herido, mi padre era el único médico del pueblo y vino a pedir socorro. Tenía una herida muy profunda en el antebrazo izquierdo y le faltaba un dedo de la mano derecha. De inmediato, le hizo pasar y le acomodó en una silla. Inspeccionó la herida, detuvo la hemorragia, desinfectó la zona y la vendó. Administró unos analgésicos al herido y le preguntó su nombre y cómo se había herido. Al extraño, no le gustaban las preguntas. Moviendo su mano derecha en clara alusión a la mutilada extremidad dijo, "Cuatrodedos, me llaman Cuatrodedos. Lo del brazo ha sido un accidente y estoy seguro que no necesitas más información". Había acompañado su escueta explicación con un amenazante gesto tocando un enorme cuchillo que llevaba al cinto. Cuando mi padre comprendió que estábamos en peligro, salió un momento de la estancia y con precaución para que el hombre no descubriera que había alguien más en la casa, me envió a esconderme bajo la cama de mi habitación. Desde allí, paralizado por el terror, a través de la puerta entornada que daba al comedor, presencié la discusión posterior, el forcejeo y el asesinato de mi padre. Con la impotencia de quien se sabe débil e indefenso, permití que aquel desgraciado saqueara las pertenencias de la familia. Incluso se llevó un camafeo que había sido de mi difunta madre y que guardábamos como el mayor de los tesoros en una cajita de madera en el comedor.
Mi corazón clamaba venganza desde entonces y pensaba obtenerla ese mismo día. Me acerqué a su mesa y con frío y cínico gesto, me senté a su mesa y entablé una estúpida conversación de borracho de taberna sobre los barcos, el clima, el vino... Pasados unos minutos, había comprobado que tenía una enorme cicatriz que atravesaba su brazo izquierdo y le faltaba un dedo en el lado derecho. De pronto el hombre se puso tenso y me preguntó:

- ¿Qué te ha traído por aquí forastero?
- Busco trabajo en algún barco de pesca ¿conoce algún patrón interesado?.

El hombre parloteó bajo los efectos del vino y las horas pasaron sin casi darse cuenta. Al final del día, sólo quedaban ellos en la taberna. El mesonero los echó para poder cerrar el local. Borracho como una cuba, le ayudé a arrastrarse hasta la calle. Nos acercamos a los muelles, lo llevé hasta el más oscuro y apartado del puerto. Permanecimos allí un buen rato, sin apenas movernos. Cuando comprobé que nadie merodeaba por la zona, lo tumbé al filo del espigón, lo até de pies y manos con un pañuelo fino para evitar las marcas, me deslicé silenciosamente en el agua y arrastré su cuerpo hacia el interior. El contacto con el frío del mar le despabiló e intentó protestar sin comprender lo que estaba sucediendo, pero no le di opción. Simplemente lo sumergí con todas mis fuerzas y aguanté el bamboleo de su cuerpo intentando luchar por salir a la superficie. Cuando dejó de moverse, le liberé las ataduras, lo coloqué cabeza abajo y lo abandoné flotando entre los cascos de los barquichuelos amarrados.
Nunca he podido borrar la mirada de Cuatrodedos mientras perdía la vida, pero ya no recuerdo a mi padre inerte sobre un charco de sangre, sino curando a sus enfermos, abrazando a mi madre o contándome un cuento antes de dormir.


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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