La Foto del día 09-07-2011 "Sálvame la vida"

Edurne Iza, Sálvame la vida

-¡Vamos date prisa, lo perdemos! ¿pulso?
- ¡No hay pulso!
- Coloca dos compresas humedecidas en suero en su tórax, una en la región infraclavicular derecha paraesternalmente, y la otra en el ápex del corazón. ¡Tranquilo amigo, aún no ha llegado tu hora!.
- ¡Paciente preparado! ¡desfibrilador sincronizado! ¡carga máxima!
- ¡Ahora!
- ¡No responde doctor!
- ¡Prepáralas una vez más! ¡ahora!
- ¡No hay pulso! ¡es inútil continuar, sólo conseguirá abrasar sus entrañas!
- ¡He dicho ahora!
- Si doctor...
Repitieron la operación una y otra vez hasta que el monitor indicó que el paciente había pasado a ritmo sinusal. Lo habían logrado. Se abrazaban entre lágrimas de emoción, cuando la puerta de la sala, se abrió para dejar paso a un hombre corpulento y vestido de blanco.
- Chicos, ¿no os cansáis nunca de este maldito juego?. Si el desfibrilador fuera real, el muñeco estaría ya achicharrado de tanta descarga ¡ja ja ja!. Vamos, debéis regresar a la habitación, es la hora de vuestra medicación.

La actitud de los dos hombres, hasta entonces inmersos en salvar la vida del "enfermo", era la de dos niños pequeños. Mordisqueaban sus uñas con la cabeza baja, conscientes de haber hecho alguna travesura.
Javier era el orgullo de su familia. Un joven aplicado que terminó con brillantez los estudios de medicina. Tras superar las prácticas, el MIR y el sin fin de obligaciones previas a ejercer su profesión, comenzó a trabajar en uno de los prestigiosos hospitales de la ciudad. Pronto su nombre se abrió paso entre los más reconocidos del gremio. Era apuesto, seguro de sí mismo y con una gloriosa y prometedora carrera por delante. Hasta que un día sucedió algo para lo que no estaba preparado. A otros muchos, simplemente les curtía y acorazaba para no involucrarse de forma personal con los pacientes, pero a él le resquebrajó el alma hasta perder la razón y no ser capaz de distinguir la realidad, de una situación imaginada. Un chico joven, entró por urgencias, muy grave, tras un violento accidente de moto. Javier siguió rigurosamente el protocolo, pero no pudo salvarlo. Los manuales dicen que no deben aplicarse descargas de desfibrilador más de 3 veces seguidas, sin dejar descansar al paciente unos minutos. El instinto decía a Javier, que si seguía adelante, recuperaría al muchacho, pero siguió las normas. Paró y el joven falleció.
Al poco tiempo ingresó en una residencia mental, víctima de un trastorno grave. Los expertos informaron a la familia, que quizá en unos meses, sería capaz de regresar, del mundo virtual que había creado en su cerebro y afrontar lo sucedido. Sin embargo, los años pasaron y no hubo evolución favorable.
En el siquiátrico, conoció a Juan. Un treintañero, cuyo cerebro estaba corroído por las drogas. Era una especie de vegetal humano que vagaba por los pasillos del edificio, con la vista perdida. Pronto hicieron buenas migas y se convirtió en su perfecto enfermero. De algún modo, su vocación se escapaba entre los resquicios de cordura que aún habitaban en él. Podríamos decir, que salvó a su nuevo amigo. Lo rescató del infierno de la invisibilidad y le dio un motivo para vivir.
Juntos crearon una realidad paralela. En la que Javier, seguía su  intuición, olvidando las normas y consiguiendo evitar dos muertes, la del joven motorista y la suya propia. Juan, dejaba atrás una vida llena de decisiones erróneas y caminos equivocados. Convirtiéndose en una persona útil, alguien que ayudaba a salvar vidas.
Día tras días, los inseparables amigos, reproducían aquella escena, una y otra vez. Invirtiendo el resto de sus días en intentar volver atrás y cambiar el pasado. Eran felices a su manera.




Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza

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