La Foto del día: 16-06-2011 "Pont du Diable"

Edurne Iza, Pont du Diable

La guerra había terminado. Tras varios años en un campo de trabajo, aún no podía explicarse cómo había conseguido sobrevivir. Un día simplemente, abrieron las puertas y a gritos y empujones, del único modo que se dirigían a ellos, los sacaron fuera del recinto. Sois libres. Marcharos. Así, sin más explicaciones. Se qué suena horrible, pero estaba tan débil, y hacía tanto tiempo que había dejado de pensar en el mundo exterior, que no sintió alegría. Obediente y resignada, comenzó a caminar, sin rumbo. Tan sólo unos cientos salieron con vida de su encierro. Como autómatas, caminaban en todas direcciones. Famélicos, con vestidos harapientos. Con la cabeza muy baja, producto de años de humillaciones. Pasaron minutos, quizá horas y llegó a un pequeño pueblo donde había una tienda con un escaparate de cristal, que le devolvió su reflejo. El espanto invadió su alma. Era una silueta desgarrada. Huesos vestidos con jirones de dignidad, era lo único que quedaba de la hermosa joven, que un día había sido. De las cuencas huesudas de sus ojos, brotó una lágrima, voluptuosa y salada. No recordaba la última vez que había llorado. Continuó caminando. Ahora un poco más erguida. Algo más rápido. La lágrima recorrió solitaria su mejilla y desapareció, dando paso a un esbozo de sonrisa. Miró al cielo, estaba nuboso, amenazando tormenta, pero le pareció lo más bonito que había visto en años. Sin darse cuenta, comenzó a tararear una canción que siempre le había gustado. Sintió hambre. Se acercó tímidamente a un bodegón que vio al final de la calle. Abrió la puerta con cautela. El aroma era indescriptible, a guiso de carne con patatas, a vino de barrica, a pan recién horneado. El mesonero se acercó a ella. Le miró el número que llevaba grabado en su brazo. La tomó cuidadosamente del hombro ofreciéndole asiento, y sin mediar palabra, llenó su mesa de viandas. Ella le miró con prudencia. "Come hija, come sin miedo, ya has debido pasar bastante". En unos minutos apareció con un abrigo de lana, una bufanda y unas botas. "Ponte esto, es de mi hija, te ayudará a seguir camino". Era el primer gesto humano que podía recordar, después de las caricias de su madre cuando era niña. El resto, se lo había llevado la guerra. Tras reponer fuerzas, continuó su camino. Unos metros antes de llegar a la entrada de un puente, se cruzó con un pequeño de unos 8 años. Escuálido, sucio y harapiento, llevaba el inconfundible número grabado en su brazo. Se pararon uno frente al otro. Se observaron con disimulo y miraron hacia el puente, como preguntándose qué habría al otro lado. "Será mejor que lo que dejamos atrás, ¿no crees?", musitó la mujer. El niño asintió en silencio. Ella tomo su mano, diminuta y congelada. Ahora sí, sus ojos se encontraron en el espacio y el tiempo. Sonrieron y con paso firme comenzaron a cruzarlo altivos y con la fuerza que da el sentirse arropado por otro ser humano. De soslayo, miraron el cartel donde estaba escrito el nombre del puente "Pont du Diable"...Simbólico, si consideramos que dejaban atrás un infierno.


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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