El día más importante de sus vidas acababa de amanecer. Sí, hoy era el día de su boda. Esa que habían estado preparando, durante casi dos años. Para la que habían ahorrado cada céntimo que había caído en sus manos. La misma en la que habían volcado sus ilusiones, imaginación, creatividad. Querían que fuera un día perfecto. Que nada fallara. Habían preparado regalos personalizados, para cada invitado. Habían sellado a mano cada una de las invitaciones con lacre rojo. Pero cometieron un fallo. En realidad, el novio fue quien lo cometió... Decidió salir a cenar con sus amigos, en su última noche de soltero. El caso es que la cena se alargó. Luego vinieron unas inocentes copichuelas. Más tarde un paseo a la luz de la luna para despejar la mente. Y ese fue el preciso instante, en que debería haber decidido volver a casa. Estaban cerca de la playa, decidieron tumbarse un rato sobre la arena. Allí les sorprendieron, los primeros rayos del amanecer. Vieron acercarse a un Kitesurfista. Encontraron un nuevo modo de divertirse. Uno de los amigos, ofreció al joven una suculenta suma de dinero, por el neopreno y la tabla. El novio, en un momento de lucidez, comenzó a protestar y exigir volver a casa. "Necesito dormir aunque sea unas horas" balbuceaba aún bastante ebrio. Los demás, no estaban dispuestos a que la fiesta se acabara y decidieron vestir por la fuerza a su amigo, con el traje impermeable. De pronto uno de ellos se percató, de que su reloj llevaba mucho rato marcando la misma hora. Discretamente se acercó tambaleante, hacia un señor que paseaba su perro y le preguntó la hora. "Las 16:52" contestó indiferente. Su corazón comenzó a bombear sangre de un modo tan acelerado, que tuvo la sensación de que la borrachera había desaparecido. Con la voz muy pausada y hablando bajito, se acercó al grupo que aún peleaba por vestir al novio y dijo "No os vais a creer la hora que es". Entre risotadas y empujones ninguno de sus amigos, parecía haber siquiera advertido su presencia. Se aclaró la garganta, tomó fuerzas y gritó "¡Son las 16:52!". Se giraron incrédulos. El novio corrió nuevamente a preguntar la hora. Efectivamente, quedaban menos de diez minutos, para dar el "sí quiero". Terminó de enfundarse el traje, agarró la vela y lanzándose al agua gritó. "¡Espérame cariño, que no pienso faltar a nuestra cita!, no puede ser tan complicado, estoy justo enfrente". La brisa era suave y con gran destreza, manejó la tabla en dirección al hotel, donde estaba todo preparado para la ceremonia. Cruzó hasta el espigón. Ya podía casi tocar la enorme W que coronaba el edificio. Saltó al muelle, corrió desesperado. Entró resbalando en el hall principal, recorrió pasillos y escaleras, hasta llegar a la espectacular terraza, donde estaba previsto que se celebrara la ceremonia. Se creó un murmullo de fondo, mientras todas las cabezas se giraban hacia él. Miradas críticas. Caras de incógnita. ¿Y la novia?. No estaba. Preguntó la hora, las 17:07. Seguro que aún no había llegado, las novias deben llegar tarde, es la tradición. De pronto, un ruido sordo de motor rompió la tensión. Todos miraron hacia el cielo, un helicóptero los sobrevolaba, bastante más arriba. Se abrió la puerta y un bulto blanco cayó al vacío. Un grito ahogado convulsionó a los asistentes. ¡Era ella, la novia!. Efectivamente, segundos después, se desplegó un espectacular paracaídas con forma de corazón y suavemente se posó sobre el suelo de la terraza. Corrió hacia su amado, aún ataviado con el traje de neopreno y fundiéndose en un apasionado beso musitó "Quería que este día fuera inolvidable, y veo que tu también habías pensado en hacer algo diferente". La gente se levantó y comenzó a aplaudir entusiasmada al grito de ¡Vivan los novios!.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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