Lo último que recordaba, era estar comprando una camiseta de la marca El Niño, en una tienda surfer de mi ciudad. Lo siguiente, "despertar" en un kayak, en medio del mar, paleando rítmicamente. Hacía un día precioso. Lucía un sol espléndido y el cielo se divisaba raso. Continué avanzando, hacia unas rocas cercanas. No sabía qué hacía allí, ni cómo había llegado hasta tan lejos con mi canoa. Por delante el firmamento infinito y un yate navegando al fondo. Alcancé las piedras. A duras penas desembarqué, oteé el horizonte y detecté una remota sombra. Parecía una playa. No entendía nada. Me senté en una de las escarpadas rocas, me refresqué la cara, intentando aclarar mis ideas. Todo estaba confuso, pequeños flashes irrumpían de modo repentino en mi cerebro. Veía a la dependienta, una guapa joven que me devolvía la tarjeta de crédito, con una amable sonrisa. Yo la introducía en el bolsillo de mi pantalón, junto con la documentación. De forma instintiva, palpé mis bolsillos en busca de algo que pudiera ayudarme a seguir recordando. Estaban vacios. Ni rastro de la tarjeta, ni de papeles de ningún tipo. Ni siquiera el recibo de la Visa. De nuevo un fogonazo en forma de imagen. Ahora agua, por todas partes, como si hubiera caído de una gran altura. Tragaba mucha, la sensación era de ahogo. Sin embargo, ahora, estaba completamente seco. Mis ropas no parecían estar impregnadas de salitre. Decidí registrar el interior de mi canoa. Quizá allí hubiera algo... encontré un arpón. ¿Sería pescador? También encontré las llaves de un coche. La tarde avanzaba y llegué a la conclusión de que permaneciendo en aquella piedra no iba a resolver mis problemas. Decidí volver a subir al kayak y remar hasta la playa. Al menos, en tierra firme, podría intentar investigar. Comencé pues a palear en dirección a tierra firme, de pronto me pareció ver pasar una sombra por mi lado derecho. Me asusté y con el movimiento de mis piernas desequilibré por un momento la embarcación. Tranquilidad, en el mar hay peces, pensé. Seguí avanzando y tan sólo unos minutos después, escuché un chapoteo por la popa y nuevamente la sombra. Esta vez, no me dio tiempo, ni siquiera de asustarme. Cuando quise reaccionar, algo había volteado la canoa y estaba ya medio hundida y sumergida en el océano... Continuará...
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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