No me puedo quejar de la vida que me ha tocado. Tengo trabajo, familia, amigos, ilusiones y proyectos. Precisamente por eso, pensando en lo afortunada que soy, a veces intento hacer un ejercicio de crudo realismo. Pienso en qué haría, si de pronto todo se desmoronara a mi alrededor. Perdiera mi trabajo, mi familia desapareciera, los amigos me dieran la espalda, los proyectos fracasaran... o aunque nada de eso ocurriera realmente, qué sucedería si yo, de pronto ya no me sintiera afortunada. Puede ocurrir ¿no?. Que un día te levantes, y nada de lo que ayer te parecía una razón para luchar, hoy tenga importancia. Pues en ese caso, tengo muy claro que me trasladaría a vivir a un pueblo abandonado. He investigado un poco sobre el tema. En nuestro país existen en la actualidad más de 3.000 aldeas olvidadas. La mayor densidad de este tipo de núcleos se encuentra en Asturias, Galicia y Castilla. Sería fantástico trasladarse a uno de éstos lugares, escoger la casa más bonita de la zona, con las tierras más amplias, y que además, las autoridades de la comarca te incentiven y premien por repoblarlo. Eso sí, quizá los primeros meses serían duros, a saber en qué estado se encontraría el tendido eléctrico y las tuberías de agua, los tejados, las puertas. Ya ni cuento con un lavavajillas o con Internet... En fin, que chollo del todo, no sería. Pero hablamos de sustituir comodidades y adelantos tecnológicos por un sentido para nuestras vidas. A mí el cambio me parece bastante justo. Como os he comentado al principio, me gusta la vida que tengo, pero si algún día eso cambia... ya sabéis donde encontrarme.
Foto: Edurne Iza
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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