Sería genial ser pájaro. Poder desplazarme a gran velocidad a lo largo y ancho de nuestro cielo. Desafiar las negras nubes de tormenta. Atravesar un arco iris. Planear. Caer en picado unos metros, para luego remontar el vuelo... Pero lo más fascinante, sería experimentar la sensación de posarme sobre un cable de alta tensión. Observar el firmamento sin miedo a quedarme, qué paradoja, como un pajarito. Puestos a dejar volar la imaginación, no visualizo un pajarraco de sesenta kilos allí arriba, así que vamos a concretar. Digamos que es un gorrión. Existe una completa explicación teórica, y cientos de leyendas urbanas, detrás del hecho de que las aves no se electrocuten con los hilos de alta tensión. La realidad, según cuentan los estudiosos, es que los dos puntos de contacto de las patitas, están tan próximos, que la diferencia de potencial es casi inexistente, con lo que no fluye la corriente eléctrica. Además la resistencia a la conducción del cuerpo del animal es muy superior a la del cobre, por lo que el flujo de electrones escoge seguir el hilo y no molestar al alado, que puede disfrutar a salvo de las privilegiadas vistas. Si no fuera porque cada vez hay menos árboles donde anidar y menos insectos que comer, porque las aguas están más y más contaminadas y porque si tienes las plumas bonitas, te encierran en una jaula para que cantes el resto de tus días... os diría que es un chollo esto de ser pájaro.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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