Hacía más de doscientos años sus tatara-tatarabuelos se habían batido en duelo por un asunto de tierras. Era una historia oscura y siniestra cuyos motivos y circunstancias desequilibraban a un lado o al otro la balanza, dependiendo de cual de las dos familias la contara. Sin embargo, en ambas versiones coincidían dinero, poder, orgullo, alcohol, amor no correspondido y... armas. Una combinación que no importa la época, el lugar o el narrador, siempre tiene un desenlace dramático. Y tan dramático fue, que en pleno siglo XXI aún sus descendientes pagaban el precio de la histórica pelea. Los jóvenes, cansados de sentirse los protagonistas de un Romeo y Julieta con WhatsUp y iPad, decidieron poner distancia y comenzar de cero sin la herencia de rencor y venganza con la que sus familias respectivas les habían obsequiado.
"Mañana a las 16:00 en el Moll de Ponent. Te amo." Rezaba el mensaje que Daniela leía una y otra vez mientras observaba la placa de piedra que indicaba claramente "Moll de Ponent" y revisaba con nerviosismo la hora del reloj cuyo minutero avanzaba implacable y de uno en uno había pasado por todos los minutos hasta llegar hasta el 58. 16:59.... 17:00. Daniela envió docenas de mensajes, y llamó varias veces al número de su amado, pero el teléfono estaba apagado o fuera de cobertura. ¡Cómo odiaba aquella frase!. Los minutos siguieron avanzando y las agujas marcaron las 18:00. Decidió acercarse a su casa. Quizá pudiera averiguar qué había sucedido. Estaba segura de que él no le habría abandonado así como así, por lo que algo realmente grave debía haber pasado. Recorrió media ciudad, tomó el funicular, para subir a la parte más alta. Todo un barrio construido en la ladera de la montaña. Llegó a la puerta de su casa y vio un grupo de gente arremolinada alrededor de una ambulancia. Su corazón se agitó y latía con tanta fuerza que pensaba que saldría por su boca. Vió a la madre siendo atendida por los servicios de emergencia. Al padre, detenido por la policía local y a la hermana llorando con desesperación y siendo consolada por una vecina. Luego reparó en una camilla, que transportaba un cuerpo. Justo antes de que lo introdujeran en la ambulancia, logró acercarse a empujones y retirar la sábana que cubría el cadáver. Sus ojos de aquel verde imposible que tan dulcemente le miraran, estaban abiertos. Perdidos para siempre en el infinito. Sin expresión.
Daniela comprendió en ese instante que de algún modo, el padre había descubierto sus planes de huida y antes que permitir a su hijo escapar con la heredera de su archienemigo, en un instante de locura, había matado a su propio hijo. Cuando el filicida estaba siendo introducido en el furgón policial sus miradas se encontraron. La del hombre destilaba locura, la de Daniela por primera vez odio.
Por más que intentaron sustituir el odio por amor... Daniela ya sólo viviría para fraguar su venganza. El mal había vencido.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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