En estos días festivos es habitual ver
recorrer las calles de nuestras ciudades a cientos de personas, cargadas de
paquetes de regalo, de obsequios navideños. Pero también, desde el confort y el
calor del hogar y la familia, no puedo evitar escudriñar en los rostros de
algunas de esas personas que me cruzo a diario y descubrir una profunda y
dolorosa soledad.
Es cierto, en las ciudades vivimos en
comunidad, casi masificados en algunos momentos. Sin embargo, la soledad es uno
de los ciudadanos más habituales. En realidad creo que existen varios estados
diferentes. El ermitaño, que escoge la soledad como quien decide el color de
sus zapatos, en cuyo caso, no creo que debamos definirla como tal si no como
una situación de tranquilidad y paz interior. Luego está quien daría todo por
estar acompañado, pero no encuentra a nadie con quien compartir su vida.
Ironías del destino, cuanto más se esfuerzan estos individuos por hallar a la
persona especial, más infructuosa resulta la búsqueda.
No podemos olvidar a los que ignoran que
están solos. Viven en familia, tienen actividades y amistades, son
extrovertidos, siempre están rodeados de personas y sin embargo, sólo llegan a
descubrir lo solos que están cuando necesitan un hombro en el que llorar, un
consejo o una palmadita en la espalda.
Por último tenemos a quienes estando
físicamente no acompañados, jamás se sienten solos. Entran, salen, tienen
hobbies, amigos... pero viven solos y felices.
Se acerca el final del año y
tenemos la costumbre de reflexionar y hacer balance. Pienso que nuestra
civilización nos ensena a luchar, mejorar, progresar, estudiar, ganar
enamorarnos, crecer... pero no nos ensena a perder, a estar solos o morir. No
nos ensena que a veces un paso atrás sirve para dar un salto adelante. No nos explica
que en ocasiones, estar a solas con nuestros propios pensamientos nos da la
clarividencia de tomar la decisión adecuada. Nadie repite lo suficiente que la
muerte es lo único seguro que tenemos al nacer y que por tanto cada minuto de
vida es un regalo. Que equivocarse es parte del proceso vital. Que sólo somos
quienes somos por lo bueno y malo que hemos vivido. Que no vale arrepentirse,
sólo mirar adelante. Que no sirve auto compadecerse, sólo continuar
luchando. Que el último soplo de vida y el pensamiento final que recorra
nuestro cerebro será uno de los instantes más íntimos de todo ser humano y en
ese instante, que también llegará para mi algún día en algún lugar, sólo deseo
desaparecer pensando que no me dejé nada en el tintero.
Dedicado a los que sufren y disfrutan. A
los que aman y odian. Aciertan y se equivocan.
Dedicado a ti y a mí.
A todos los que están dispuestos a
exprimir 2014 en modo 365/7/24/60.
¡Feliz Año Nuevo!
Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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