Toda una generación creció disfrutando con las aventuras de aquellos niños de los setenta que montaban en bicicleta y vivían juntos una odisea tras otra. Nos mostraron la magia de las vacaciones de verano en los pueblos de costa, la inocencia de una época que ahora parece casi olvidada. Cuando los niños no teníamos teléfono móvil, ni videojuegos. Cuando los coches no disponían de aire acondicionado ni circulaban a 200 Km/h. Cuando las digestiones de dos horas eran sagradas antes de bañarse y las playas no estaban infestadas de plagas de medusas. Sin embargo, hay algo que casi treinta años después continúa igual. En uno de los capítulos de la inocente serie televisiva, que por si hay algún lector despistado o demasiado joven, era "Verano Azul", los protagonistas se unían para evitar el desahucio del bonachón Chanquete. Hoy las calles se llenan de gentes para protestar y defender a los cientos familias que son lanzadas de sus casas a diario, sin escrúpulos. Sus recuerdos, toda una vida les es arrebatada ante notario con absoluta impunidad. Desde la comodidad de nuestros salones, disfrutamos de la película de los domingos, proyectada en pantalla plana de alta definición, nos indignamos llenos de solidaridad por los pobres campesinos de la época medieval a los que los señores feudales despojaban hasta del alimento de sus hijos y sin embargo... ¿Qué ha cambiado?. Lo único distinto hasta hace muy poco era, que la mayoría de la población en lugar de vestirse con andrajos, podía ir a comprar a Zara, que tenía un plato en la mesa y un vehículo con el que desplazarse. Sin embargo comenzamos a atender atónitos a noticias como las de Emilia Soria, a punto de ser condenada por robar pañales y comida para sus hijos. La población en masa salió en su defensa y las protestas y las firmas la salvaron in extremis. Ya se habla de modernas versiones de Robin Hood, salpicados a lo largo y ancho de este mundo. Hemos caído en la trampa del progreso, de la globalización, del estado del bienestar. Qué fácil sería todo si como aquellos personajes de hace treinta años pudiéramos resolverlo al grito unánime del "¡No nos moverán!".
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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