Había esperado aquel momento toda su vida. Desde niño había acudido a todas las exposiciones posibles. Pintura, escultura, fotografía. Sintió la llamada del arte mucho antes de tener conciencia de ello. Rodeado de obras de diversas disciplinas y artistas se sentía feliz. Notaba manar su creatividad por cada uno de los poros de su cuerpo. Encontraba inspiración en el resultado de la inspiración de otros artistas. Se prometió a sí mismo que algún día cientos de personas harían cola para ver su obra, tal y como él hacía para disfrutar la de tantos otros. Artistas consagrados todos ellos, pero algún día él también lo conseguiría. Realizó todo tipo de trabajos de medio pelo que le permitieron subsistir y enfocar sus energías a su verdadera pasión. No le importaban las comidas frías de lata, ni el frío del invierno. Ignoraba a todos aquellos que le consideraban invisible, incontable, incoloro e insignificante porque su propósito en la vida iba mucho más allá. La vida en sí carecía de importancia si al final de las vías el tren se detenía en la estación correcta.
Pasaron décadas hasta que su sueño se cumplió y su obra se expuso en una de las galerías más prestigiosas del país. Sus penurias por cumplir sus anhelos le llevaron a la miseria extrema y pereció fruto de una neumonía en un invierno algo más duro de lo normal. Había esperado aquel momento toda su vida, pero el momento llegó pocos meses después de su muerte.
Este es un tributo a todos los seres humanos, artistas o no, que dedican cada segundo de sus vidas a cumplir sus sueños.
Fotografía: Edurne Iza (Datos de disparo: f/2.0 ; 1/60 ; 400 ISO)
Texto: Onintza Otamendi IzaPuedes descargarte esta foto libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.