Era domingo por la tarde, un día despejado de mediados de Septiembre. Estaba en casa, tirada en el sofá, cambiando de canal a la búsqueda de un programa que valiera la pena. Tras veinte minutos de infructuosos intentos, decidí salir a dar un paseo. Caminé sin rumbo hasta la cima de una pequeña colina desde la que se divisaba toda la ciudad. La caída del sol ofrecía unos reflejos rojizos que intensificaban de un modo especial el azul del cielo. De pronto encontré ante mí un cañón, colocado sobre una base de hormigón, apuntando al infinito. Lustroso, bien conservado, recuerdo de batallas pasadas. Comencé a imaginar a los dos bandos rivales librando una lucha encarnizada por el control del litoral. Mi concentración se vió interrumpida por un "¡A las armas!". A mi alrededor, una nube de soldados con uniformes raídos y salpicados de sangre, barro y restos de guerra corrían desordenados a cumplir su tarea. Unos cargaban el cañón, otros levantaban sacos de arena para construir un parapeto, los demás disparaban sus fusiles a discreción. Yo no podía ver al enemigo pero opté por arrastrarme hasta un lugar más seguro, cuando el muchacho que estaba junto a mí cayó al suelo bañado en sangre y con los ojos fuera de las órbitas. El estruendo era tal, que pasados unos minutos parecía que no oyera nada. Alcancé un rincón resguardado de los impactos de bala. Pegué la espalda contra la pared y me protegí la cabeza entre los brazos. Entonces, me percaté de que no estaba sola, otro infeliz presa del pánico había hallado cobijo en el mismo recodo. ¡Un momento! ¡Este tipo va vestido con traje y corbata!¡Los soldados y las armas que utilizan tienen más de un siglo!... ¿Qué clase de broma es esta?.
- Hola -balbuceó el hombre- usted también atrapada en este estupendo rodaje ¿no?
- ¿Rodaje?
- Claro, no pensaría que esto era una batalla verdadera...
- No, no, claro, era evidente, un rodaje...
Nuestra conversación terminó al grito de ¡Corten! Entonces, de la nada, aparecieron peluqueros maquilladores, gente con botellas de agua, otros arrastrando focos y flashes... Estaba tan aturdida que no podía creerlo. De pronto un hombre mal encarado y que masticaba chicle a toda velocidad se dirigió a mi.
- Espero que tenga usted una buena razón para haberse arrastrado por el fondo de mi escena arruinando así la última toma de esta cinta...
- Yo... En realidad pasaba por aquí
- ¿Pasaba por aquí? ¿Eso es todo lo que se le ocurre decir?
- Bueno, es la verdad
- ¿La verdad? ¡Pues otro día quédese en su casa viendo la tele!
- Es que la programación está fatal últimamente...
El director me miró fijamente con cara de pocos amigos, sonreí temblorosa y me fui a paso ligero. Al llegar a casa, me senté en el sofá, encendí la tele y me quedé viendo anuncios sin cambiar de canal durante casi quince minutos. Lo peor de todo era, que si al día siguiente contaba mi historia en la oficina, me tomarían por una mentirosa. ¡Para qué luego digan que la realidad no supera a la ficción!.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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