Pilotaba su barca taxi desde hacía más de veinte años. Transportaba personas de un lado al otro de la bahía. Muchos eran turistas, otros, empleados o amas de casa que necesitaban acceder al otro lado del puerto para fines de lo más variopintos. Tomás estaba acostumbrado a las estereotipadas caras de estudiantes, oficinistas, bancarios, corredores de seguros, turistas... Lo que nunca hubiera imaginado era que en aquella mañana lluviosa de finales de Diciembre uno de sus pasajeros era un asesino. En realidad en aquel trayecto de apenas tres minutos de duración, en la barca estaban solos Tomás y aquel hombre sin escrúpulos que repasaba mentalmente todos los detalles para ejecutar a su víctima y desaparecer como de costumbre mimetizado con la rutina de las gentes corrientes. Tomás se despistó por un segundo de la conducción al ver un gran barco de cruceros abandonando el puerto en la lejanía, cuando volvió a fijar sus ojos en la proa del barco, tuvo que realizar una brusca maniobra de giro para evitar arrollar a un piragüista. El golpe de timón generó un extraño efecto en la embarcación que elevó la proa para caer de forma brusca nuevamente sobre la superficie marina. El pantocazo tomó por sorpresa al siniestro pasajero cuya bolsa de mano, donde transportaba el arma semiautomática con la que perpetraría su gélido crimen, salió despedida por la borda.
Al reparar en el incidente Tomás se deshizo en disculpas y perdones, ante lo que el hombre reaccionó de manera violenta y maleducada insultando a Tomás que para ese momento ya había atracado en el muelle de llegada. El barquero angustiado no podía más que repetir si había algo que en su mano estuviera para reparar el daño y las molestias causadas. De pie en el embarcadero de madera, ante la atónita mirada de los siguientes pasajeros que aguardaban ansiosos su turno de acceso a la embarcación, Tomás vio como el hombre se alejaba sin mediar más palabra y desaparecía entre los viandantes atropellados con sus estresantes rutinas.
¿Qué podía hacer yo? ¿Pasar por encima del pobre piragüista?, mascullaba el viejo mientras intentaba retomar la compostura antes de recibir a sus nuevos huéspedes por los siguientes tres minutos. Tomás nunca supo que aquella mañana lluviosa de finales de Diciembre... Había salvado una vida.
Fotografía: Edurne Iza (Datos de disparo: f/4.0 ; 1/400 ; 200 ISO)
Texto: Onintza Otamendi IzaPuedes descargarte esta foto libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.