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La Foto de la semana 23-09-2012: "Lluvia de estrellas"

Edurne Iza, Lluvia de estrellas
Cuando era niña, mi madre solía contarme historias. Decía que era bueno para ejercitar mi cerebro y desarrollar mi imaginación. Yo disfrutaba escuchándole, aunque estaba convencida de que nada de aquello era cierto. Tan sólo cerraba los ojos y me dejaba arrastrar por la ola de fantasía que brotaba de sus labios.
Una de mis favoritas era la de la lluvia de estrellas. Comenzaba con su dedo índice señalando al cielo y pronunciando la mágica frase "Erase una vez". Contaba la historia de un planeta muy muy lejano, donde vivían millones de estrellas. Las había de todos los tamaños y colores, con seis siete y hasta diez puntas. Las estrellas tenían una existencia tranquila y una única misión en la vida, hacer feliz a un niño. Es importante saber que las estrellas al nacer, no tienen puntas, ni brillo. Son únicamente bolitas de colores que se guardan en depósitos gigantes, similares a los bombos de la lotería. En las noches de luna nueva, los bombos se detienen y cada uno de ellos, deja salir veintinueve bolas grandes y una más pequeña, representando así los veintinueve días y medio que serán necesarios hasta alcanzar el siguiente novilunio. A partir de ese momento, las pequeñas esferas comienzan a moldear sus puntas. Cada una de esas puntas, representa un campo de conocimiento y alcanzar el grado de maestría en dicho campo, les permite obtener una punta angulosa. Más afilada, cuanta mejor calificación hayan obtenido en la materia. Cuantos más ángulos desarrolla una estrella, más aplicada ha sido en su proceso de formación y más posibilidades tiene de alcanzar su objetivo vital y proporcionar felicidad a un pequeño, en aquel remoto lugar llamado Tierra. Cuando las estrellas finalizan su periodo de angulación, que como no podía ser de otro modo, dura exactamente veintinueve días y medio, ya están listas para brillar. Entonces, la luna está colocada detrás del resplandor solar, de modo que desde la Tierra es imposible observarla y en ese preciso instante, los bombos se detienen para seleccionar una nueva remesa de bolitas que formar y las veintinueve bolas grandes y la más pequeña, ya convertidas en estrellas brillantes y puntiagudas inician su descenso vertiginoso a nuestro planeta, en un fenómeno conocido como "Lluvia de estrellas". Al atravesar la atmósfera, pierden su forma y se convierten en pequeños haces de luz que entran por las ventanas de las casas y se cuelan en los sueños profundos de los niños. Cada estrella sabe lo que necesita su protegido. Confianza en sí mismo, fantasía, racionalidad, ternura, un hombro en el que llorar... O tan sólo algo de compañía. La estrella permanece junto a su pequeño, hasta que este se hace lo suficientemente fuerte como para no necesitar su brillo. Entonces, su luz se apaga y desaparece sin dejar rastro. Su misión habrá concluido.
Hace ya muchos años, que se apagó la luz mi madre y en esta noche sin luna, en que se me ha ocurrido pasear y observar la ciudad dormida, he creído ver por un momento, esos millones de haces de luz surcando el cielo y no he podido evitar decir en voz alta, gracias mamá por ser mi estrella.



Foto: Edurne Iza

Texto: Onintza Otamendi Iza

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