La Foto de la semana: 10-06-2012 "Nochebuena a bordo"

Edurne Iza, Nochebuena a bordo

24 de diciembre, otra Nochebuena a bordo. Entrábamos al puerto de Ibiza preparándonos para despedir al pasaje y no hablábamos de otra cosa más que de los preparativos para pasar una bonita noche. Lejos de la familia, pero esforzándonos para que esa velada fuera todo lo especial que merece.

Hacía viento, mucho viento, y sabíamos que el atraque no sería fácil. Soplaba de tierra y desplazaba el buque hacia la bocana. Dos remolcadores nos ayudaban empujando por la otra banda para poder aproximar el barco lo suficiente.  Desde el muelle los amarradores esperaban el momento apropiado para poder sujetar definitivamente la mole de hierro. La tripulación se movía con seguridad y profesionalidad ejecutando las órdenes que el capitán enviaba desde el puente. Por muchos esfuerzos que los motores de los remolcadores realizaban, parecía  imposible poder atracar. Pensábamos que habría que salir de nuevo al mar y pasar tan emblemática noche fondeados al abrigo de la isla. Tras muchos e interminables minutos, el barco quedó fijado gracias a las dobles estachas y pudimos, por fin, respirar tranquilos. Colocaron la pasarela de desembarque y el pasaje, inquieto y con ganas de poner los pies sobre el cemento, no podía esperar a que se abriera el portalón.  Un hombrecillo regordete, colorado y con un bigote que amenazaba con invadir el interior de su boca, ocupaba el primer puesto para salir de la embarcación. Se movía nervioso y estaba a punto de colocar el pie izquierdo sobre el puentecillo, cuando ocurrió. Una de las estachas de proa cedió con un golpe de viento y la pasarela cayó al agua. El hombre del bigote lanzó un alarido de terror al tiempo que espetaba una incomprensible frase en un idioma desconocido. El buque, por unos instantes, fue zarandeado por la fuerza del viento. El pánico invadió a los pasajeros que comenzaron a gritar. Paquetes con regalos de Navidad, maletas, abrigos... el caos invadió el vestíbulo principal. Mientras tanto, los remolcadores volvieron a empujarnos hacia el punto de atraque. Desde la máquina se procesaban con determinación las instrucciones que llegaban del puente. Los marineros lanzaban más estachas. Las azafatas dialogaban con los pasajeros ahora algo más tranquilos... Y al final el barco quedó tan amarrado que recordaba a Gulliver en Liliput. ¡Ni un huracán lo hubiera soltado!.  Los pasajeros abandonaron la nave por la puerta del garaje. Aquella Nochebuena fue inolvidable. Todos disfrutamos de la suculenta cena que el jefe de cocina, con esmero, llevaba todo el día preparando. Si cierro los ojos, aún puedo escuchar el tintineo de las copas y los aromas exquisitos de los manjares navideños. Mientras la pasarela yacía en el fondo del mar.




Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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