La figura del trovador nace en la Edad Media. Se trata de un personaje cultivado. Instruido en música y retórica, algo poco habitual para la época, por lo que a menudo solían ser miembros un tanto bohemios de la nobleza, clérigos que habían renegado de sus votos o personas que por algún motivo hubieran tenido acceso a la educación, tan elitista en aquella época. Precisamente era por el analfabetismo de la inmensa mayoría de la población, por lo que los trovadores, difundían su poesía de forma oral acompañada de música, para hacerla más atractiva. Solían servirse de juglares, que eran en realidad, quienes completando su obra con malabares o con las acrobacias de algún animal amaestrado, recorrían aldeas y cortes difundiendo las creaciones del trovador. A partir del siglo XI, se extendieron por toda Europa, teniendo especial influencia en Alemania, Francia, Italia y también en Cataluña. Guerau de Cabrera, Berenguer de Palou, Alfons el Cast, Guillem de Berguedà o Huguet de Mataplana, son sólo algunos de los numerosos trovadores catalanes cuyos nombres han trascendido hasta nuestros días, gracias a manuscritos y borradores que se conservan hoy en museos y monasterios. Así pues, los trovadores recurrían a la poesía adornada de música para difundir historias, para representar la realidad de su época y por supuesto, para entretener a quienes les escuchaban. Yo pienso que el reportero, no deja de ser un trovador moderno. En colores o en blanco y negro, la fotografía es un modo de plasmar lo cotidiano, la sociedad y las personas. De dejar constancia para la posteridad de modas, construcciones o paisajes. ¿Quién no ha realizado el ejercicio de comparar una toma actual con una antigua de un mismo lugar? Tiempo, espacio y luz bastan para contar una historia. Vaya desde aquí nuestro homenaje a todos los trovadores pasados y presentes.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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