Mientras caminaba por el parque natural del Cap de Creus, se sentía más allá del fin del mundo. Las laderas de roca, agrestes se sumergen entre las profundas aguas de la zona. Es un paisaje austero, rudo, solitario. Nacido para soportar las más duras tempestades. Su paseo era completamente atemporal, de hecho, de no ser por las botas de trekking de Goretex, bien podría haberse situado esta historia en el siglo pasado o incluso en el anterior. Caminaba distraída, cámara en ristre, a la búsqueda de un salpicón de espumoso mar o de un vuelo inesperado de un águila perdicera, un halcón peregrino o un cormorán moñudo, aves protegidas de la zona y que hubieran dotado de salvaje espectacularidad a su fotografía. De pronto el cielo se tiñó de un increíble azul intenso y ella no pudo evitar recordar a García Márquez en Doce Cuentos Peregrinos. Es uno de los ocho vientos pensó, mientras su cara era ya castigada por el frío aire del norte, estaba allí... era la Tramontana. Al borde de una ladera, su intensidad y turbulencia le hicieron tambalearse. Debía ponerse a resguardo hasta que amainara un poco. Con dificultad avanzó por los riscos hasta doblar un recodo y fue como si hubiera sido transportada a un paraíso natural, la temperatura era perfecta, la virulencia del viento había sido sustituída por un suave y agradable airecillo, se sintió reconfortada y se sentó en una piedra a reponerse de su fugaz lucha contra los elementos. Bajó sus párpados, respiró hondo y llenó sus pulmones de felicidad.
Pasaron un par de segundos y al abrir los ojos, se erguía ante ella, majestuosa, bailando con la brisa, a caballo entre el azul y el lila, coronada por perfectos pistilos que parecían cerillas negras y blancas que emergían de su interior. Ajustó el visor en su ojo, enfocó y click. Buscaba energía, virulencia, el romper del mar, animales salvajes, buscaba lo que cualquiera podría esperar en un acantilado de la Costa Brava. Encontró la mas tierna y frágil belleza, protegida dulcemente por la madre naturaleza. Igual que la vida pensó, apasionante e inesperada. Recogió su cámara y regresó a casa.
Texto: Onintza Otamendi Iza
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