Indiscutible es a estas alturas la belleza de la que se ha erigido en emblema del amor por excelencia, la rosa. Todo empezó allá por las antiguas Grecia y Roma cuando las diosas del amor Venus y Afrodita eran representadas junto a rosas de color rojo. Se asociaba la delicadeza, ternura y suavidad de los pétalos de esta hermosa flor con la peligrosidad y violencia de las espinas ya que cuando hablamos de sentimientos, la frontera entre la felicidad y la amargura, entre el placer y el dolor es tan frágil como la flor que los simboliza.
Parece ser que Afrodita era capaz de enamorar a un hombre con tan sólo mirarle a los ojos. Hoy en día este don no nos convertiría en diosas si no en portadoras de la más espantosa maldición. Afrodita vivía en un palacio rodeada de sus sirvientas y damas y los momentos de su vida en los que estaba en contacto con otros humanos solían ser grandiosas fiestas a las que acudían los más bellos caballeros. En esas circunstancias, enamorarse por solo una mirada, puede ser incluso conveniente. Pero traslademos los poderes de Afrodita a nuestra vida actual. Siete de la mañana, metro abarrotado de currantes que llegan tarde al trabajo... Pues ya tenemos a Afrodita mirando al suelo o con gafas de sol a lo Paris Hilton, porque como a la fauna masculina que frecuenta el metro a estas horas le dé por caer rendida a sus pies en plan masivo, ni las estrategias de evacuación de los americanos después del 11S salvaban a la pobre Afrodita del apuro. Supongo que de ahí vino el recurso de las espinas...
En fin, sin irnos por las ramas, la rosa sigue siendo una de las flores más bellas y cotizadas por enamorados de todas las culturas y edades. Mi consejo de hoy... Practica el rosing!
Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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