De lunes a viernes me disfrazo de profesional. De persona seria y responsable, con traje y corbata. Mi cara de pocos amigos me protege contra preguntas indiscretas acerca de mi vida privada. No soporto a las malas personas cargadas de buenas intenciones que se acercan armados de una amplia sonrisa con el claro propósito de saber. Sobre las vidas de los demás. Quizá con la esperanza de descubrir algún oscuro secreto que les haga olvidar por un momento sus existencias oscuras y monótonas. Yo sin embargo, los mantengo a raya, convenciéndolos de que soy un huraño y amargado cincuentón que vive para y por su empleo. De ese modo, mi verdadero yo , que es en realidad por el que trabajo tan duro, revive cada viernes a las seis de la tarde, cuando me enfundo mis tejanos raídos, y lo dejo aflorar. Pues sí, señoras y señores, los viejos roqueros nunca mueren y yo al igual que el Maestro Ríos, soy un hijo del Rock and Roll. Del sol, la arena, el mar y el Windsurf, siempre que su majestad el astro rey se digne a soplar. De primera fila de concierto apestando a cerveza y sudor. Soy fan de los karaokes y de pasar tiempo con mis amigos. Estoy ahorrando para tomarme un año sabático y dar la vuelta al mundo con una mochila cargada a la espalda. Dejar atrás a esas personas cuyas mentes nunca han salido de sus diminutos pueblos porque están convencidos que más allá no hay nada mejor. Mientras ellos se sumergen en su rutina, yo me dejaré arrastrar por los aromas de otros mundos. El suave tacto de la libertad acariciará mi rostro. Y a lo lejos seguiré escuchando el familiar soniquete del Bien-ve-ni dos.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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