Sus sentidos fueron despertando uno tras otro. Entreabrió los labios y una bocanada de sal marina inundó sus fosas nasales y papilas gustativas. Luego sus dedos palparon la áspera superficie de las rocas y el estruendo de las olas rompiendo contra ellas alertó sus oídos. Finalmente fueron sus párpados los que con debilidad se levantaron para destapar ante sí un espectáculo de furia natural. Elementos en estado puro. Cuando consiguió procesar la información y darse cuenta de dónde estaba se sentó de un respingo y comenzó a buscar al resto de sus compañeros. Unos metros más allá le pareció ver algo que se mecía a merced de las olas. se acercó y vio el cuerpo de Juan, con la cara hundida en la arena y un charco de sangre rodeando su cabeza. Luego encontró a Tomás y a Pedro. También sin vida. Ángela era la única que no aparecía. Recorrió la zona arriba y abajo incesantemente en busca de algún rastro de su amiga, pero nada. Definitivamente había desaparecido. Parecía ser ella la única superviviente de aquella estúpida excursión que los viejos marinos del lugar tanto les habían desaconsejado. Fueron varios los que advirtieron al grupo de jóvenes que no debían aventurarse mar adentro con la tormenta que se avecinaba y sin embargo, desoyeron todas las advertencias y se echaron a navegar. Continuó caminando sin rumbo, con la esperanza de encontrar alguna población cercana donde poder explicar su desgracia y que vinieran a recoger los cuerpos de sus amigos. No podía abandonarlos allí para que fueran pasto de los peces. No sabía con exactitud dónde se encontraba, cuántas millas el océano enfurecido les habría desviado de su ruta. Dobló un recodo, luego otro. La tormenta había cesado y el mar mostraba ahora su cara más amable e inofensiva.
Al borde de la extenuación se sentó en unas piedras para recobrar el aliento, con la mirada perdida en el vacío, sin poder creer aun lo que les había sucedido. Juan, Tomás y Pedro muertos, Ángela desaparecida y ella allí, perdida en aquel paraje inhóspito. Absorta en sus pensamientos como estaba, tardó unos segundos en reconocer la voz de Ángela llamándola por su nombre. Parecía proceder de mar adentro pero allí no había nada. Se frotó los ojos incrédula y de pronto descubrió a lo lejos la pequeña embarcación en la que había comenzado toda la tragedia. ¡Era Ángela y estaba viva!.
Entre sollozos, las dos amigas se abrazaron y Ángela le relató como una ola gigantesca había barrido la cubierta arrastrando a todos menos a ella que se había atado fuertemente al timón para no dejar el barco a la deriva. Varias veces estuvo a punto de naufragar, pero la fortuna y su destreza con el timón, hicieron que aguantara. Luego cayó rendida sobre cubierta y al despertar se percató de que sus amigos ya no estaban y decidió recorrer la costa en su busca. Juntas recogieron los cuerpos de sus amigos y pusieron proa al puerto de origen. No sabían si sentirse afortunadas o culpables.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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