La Foto de la semana: 25-12-2011 "Una Navidad diferente"

Aquellas Navidades no iban a ser, ni mucho menos como Flor había imaginado. Era una tortuga con un bello caparazón decorado por caprichosas líneas, de un color más oscuro que el resto de su concha, y que miradas desde lejos, parecían flores salpicadas. Por eso, el día que nació, sus padres, orgullosos de la belleza de su pequeña, decidieron que Flor, era el nombre adecuado para ella. Creció rodeada de amor y cuidados y desarrolló una imaginación prodigiosa, gracias a los cuentos de hadas y bosques encantados, que su abuelita le contaba cada noche, antes de dormir. Vivían en un bosque frondoso, donde los árboles, el musgo y las hojas secas, les servían de hogar. La naturaleza les regalaba setas, lombrices, insectos, frutas y diversas especies vegetales, con las que alimentarse y crecer sanas y fuertes. La armonía y el equilibrio, reinaron durante muchos años en aquel paraíso, hasta que un día, apareció una enorme y escurridiza rata de colmillos afilados y cola zigzagueante. Los más ancianos, aseguraban que la rata se había escapado de una ciudad.
- ¿Qué es una ciudad mamá? -preguntó Flor con inocencia-
- Es un lugar remoto, en el que viven animales de dos patas, llamados humanos. Son unas bestias despiadadas, que destruyen todo cuanto tocan
- ¡¿Tienen poderes?! -espetó entre sorprendida e incrédula-
- Si cielo, poseen el poder más destructivo que jamás haya existido... El progreso
- ¿El progreso? Nunca he oído nada similar en los cuentos de la abuela
- Eso es, porque se trata de un don capaz de devastar cuanto conocemos. Enferma a todos cuantos toca con un ansia infinita de poseer más y más. Entonces, son arrastrados hacia un infinito laberinto de exterminio donde quedan atrapados para siempre. Así que, hija mía, aléjate de esa rata. Sólo nos traerá desgracias
Aterrada por las palabras de su madre, la pequeña tortuga, extremó las precauciones, para intentar evitar un encuentro fortuito con el desagradable roedor. Sin embargo, la mañana de Navidad, mientras todos dormían, aletargados por las viandas de la noche anterior, decidió que no había nada malo, en salir a dar un paseo por el bosque. Se entretuvo mirando como unas coloridas mariposas revoloteaban por encima de su cabeza. Luego pasó por una charca, donde una rechoncha rana de un verde intenso jugueteaba con sus renacuajos. Unos metros más allá, descubrió una enorme y carnosa seta de color blanco con motas marrones y cuando había sacado su lengua y estaba dispuesta a saborear tan delicioso manjar, escuchó una vocecilla que parecía provenir del fondo de la tierra. Aguzó un poco más la vista y allí estaba aquel precioso y diminuto ser, rogando clemencia.
- ¡No! ¡Por favor, por caridad, no arranques mi casa!
- ¿Quién o qué eres?
- Soy Grendel, un duende -respondió con solemnidad-
- ¡Vaya! o sea que la abuela no mentía ¡Existís de verdad!
- ¡Pues claro que existimos! Mucho antes que las tortugas habitaran este bosque, ya había duendes.
Pasados unos minutos y con la misma naturalidad con que los niños entablan amistad, Grendel se había sentado en la parte más elevada del caparazón de Flor, y paseaban charlando animosamente. Hablaron de pócimas maravillosas, aderezadas con unas lágrimas de dragón, de remedios mágicos a base de extracto de rosa negra y de malévolos conjuros llegados de otras tierras, para los que los  duendes se afanaban en encontrar el antídoto. Ensimismadas en su hechizante conversación, no detectaron la presencia de dos ojillos oscuros, redondos y malignos que les acechaban desde hacía ya un buen rato. De entre unos troncos cercanos, saltó una gigantesca y repugnante rata, que se colocó en el centro del camino, impidiendo su avance. Instintivamente el ágil duendecillo, se deslizó de lo alto de su amiga y se sumergió entre la frondosidad de las hojas secas, quedando oculto entre sus ocres.
- Hola tortuguita, ¿hacia dónde te diriges? -pregunto la rata con malicia-
- Yo... En realidad estaba dando un paseo, sin rumbo fijo -titubeó Flor-
- ¿No te gustaría que te permitiera ver algo increíble?
- Verá, es que tengo un poco de prisa, mis padres me estarán esperando -intentó escabullirse la pequeña, al recordar los consejos de su madre-
- No te preocupes, será sólo un momento y luego te dejaré marchar
Flor intentó avanzar, ignorando la propuesta de tan peligroso ser. Grendel mientras tanto, temblaba oculto bajo una enorme rama de acebo, con los ojos cerrados y rogando que su amiga pudiera zafarse de tan amenazante situación. Sin embargo, la joven tortuga, apenas si pudo dar dos pasos seguidos. El roedor, saltó con una insospechada agilidad, bloqueó su marcha y abrió la boca mostrando dos afilados caninos, dispuestos a desgarrar su cuello si insistía en continuar. Luego se acercó lentamente y cuando estuvo a la altura de su cabeza, susurró unas palabras en el oído de Flor. Desde su escondite, Grendel no pudo escuchar con exactitud, pero al ver la reacción de su amiga, comprendió que había caído presa de un hechizo.
Edurne Iza, Una Navidad diferente
La rata, le había hipnotizado y movía pausadamente las manos delante de su cara. Consiguiendo que Flor, viera exactamente lo que ella deseaba. Sus ojos estaban muy abiertos, como velados por una cortina de seda blanca. Estaba inmóvil, en el centro del camino, con la cabeza algo elevada, árboles a ambos lados y un colchón de hojas y musgo bajo sus paralizadas patitas. El roedor, le estaba mostrando un universo de cemento, aparatos electrónicos, humanos desplazándose en vehículos motorizados, animales encerrados en grandes escaparates de cristal, ruidos de motores y escapes, humos, polución... Entre tal amasijo de plástico y hormigón, pudo ver algunos árboles, tristes, atrapados en minúsculos cuadrados de tierra, ríos intoxicados de residuos venenosos, mares recubiertos de espuma ponzoñosa, cuyas olas luchaban infructuosamente por disolver. La rata reía poseída por el placer de las imágenes y Flor aterrorizada intentaba cerrar los ojos con desesperación para borrar el horror de sus retinas, cuando una voz maliciosa llegó a sus oídos
- ¿No te gustaría visitar un mundo como este?
- ¡No por favor! ¡Quiero volver a casa con mi familia! ¡Es Navidad!
- Así es pequeña y por eso he pensado, que a mis amigos humanos, impregnados de progreso les encantaría recibir una preciosa tortuga como tú, para decorar su terrario. Luego les mostraré el camino a este bosque y pronto lo convertirán en otra manzana de rascacielos coronados por un ramillete de antenas ¡Ja, ja ja! -rió embriagada por los efluvios del mal-
Grendel, comprendió que si él no hacía algo para remediarlo, Flor estaría perdida y pronto el bosque, los animales y por supuesto, los duendes. Corrió, saltando de rama en rama y resbalando por las piedras cubiertas de musgo, hasta llegar al poblado, donde su abuelo Erendel, el más anciano de la comunidad, estaba dispuesto a dar comienzo oficial a la comida de Navidad. Agitado por la carrera y la angustia del inminente peligro, Grendel explicó atropelladamente la situación y pronto se escuchó el veredicto de Erendel "La única esperanza es conseguir extracto de rosa negra". Un murmullo de inquietud invadió el ambiente. Frendel, el padre de Grendel y primogénito de Erendel, dijo
- ¿Extracto de rosa negra? Padre, sabes que hace décadas que no hemos visto rosas negras. No podremos encontrarlas a tiempo
- Es necesario. Sólo una sustancia tan pura y extraña como esa, podría dominar el maligno espíritu de la rata
- Abuelo, padre ¿dónde crece la rosa negra?
- Grendel, la rosa negra no es una flor. Es una marca mágica que sólo una de entre millones de jóvenes tortugas poseen al nacer. Raspando superficialmente su caparazón, se obtiene el extracto de rosa negra. Hace muchos años, que no hemos visto un ejemplar así
- ¡Flor tiene esas marcas! -gritó Grendel, sin poder contener la emoción- ¡Seguidme, me encaramaré a su cáscara, sin que la rata pueda verme, limaré una de las rosas con gran cuidado y podremos deshacer el hechizo.
Con más ilusión que esperanza corrieron hasta el camino donde Flor había quedado sola. Seguía en la misma posición, pero ahora sus patas temblaban con debilidad.
- Queda poco tiempo -afirmó Erendel-
Con determinación, el joven duendecillo se deslizó entre la hojarasca hasta colocarse justo debajo de las patas traseras de Flor. De un pequeño salto se encaramó a su caparazón, estirando una mano provista de una afilada navaja hasta la primera de sus flores y dejando el resto del cuerpo a cubierto. Con cautela, comenzó a rascar la rosa negra recogiendo el polvillo, en un cucurucho improvisado con las hojas de un helecho. Todo parecía ir bien, cuando el roedor comenzó a agitar su naricilla a ambos lados mientras exclamaba "¡Sal de ahí maldito duende, no conseguirás arrebatarme este tesoro!". Frendel y Erendel, observaron con el corazón encogido, como la rata saltaba por encima de Flor y con sus garras afiladas, propinaba un zarpazo, que recorría el torso de Grendel. Su cuerpecillo zarandeado se elevó unos centímetros, para luego caer desplomado e inerte. En su vuelo, el duende, no pudo evitar soltar el recipiente con la rosa negra, que cayó directamente sobre los ojos de la rata, haciendo que se desintegrara de inmediato.
Tras unos segundos de confusión, padre y abuelo, corrieron a socorrer al joven Grendel, mientras Flor, aún aturdida, no daba crédito a lo sucedido. Frendel tomó en brazos a su hijo, repitiendo con desconsuelo "ha muerto como un héroe". Flor se acercó con torpeza y no pudiendo reprimir su tristeza, dejó resbalar por su mejilla una enorme y redonda lágrima. Primero rebotó en una hoja, que la canalizó a través de uno de sus nervios, vertiéndola directamente sobre el pálido rostro de Grendel. En ese preciso instante, el joven carraspeó y abrió lentamente los ojos.
- ¿Qué ha pasado?
Los saltos y gritos de alegría inundaron la estampa. Flor sonreía mientras observaba a sus nuevos amigos, Frendel abrazaba y besaba a su hijo y Erendel suspiraba con erudita paciencia, mientras explicaba parsimonioso, que si la rosa negra de la cubierta de una tortuga, sirve para destruir a los malos espíritus, sus lágrimas, sanan a las almas puras.
Flor llegó a casa a punto para la comida de Navidad, que se prolongó animosamente hasta bien entrada la noche. Cuando llegó la hora de acostarse, Flor se dirigió a su abuela y sin dudarlo afirmó
- Hoy yo te contaré un cuento. "Erase una vez una rata de afilados colmillos, que llegó a un bosque el día de Navidad..."


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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