La Foto de la semana 27-07-2014: "Salto a las vacaciones"






A estas alturas del mes de Julio, con el cansancio acumulado del largo año a nuestras espaldas, es tiempo de pensar en vacaciones, en descanso. A menudo nos resulta difícil desconectar del ritmo frenético de trabajo, estudios y obligaciones varias, por eso desde Fotografía Edurne Iza os recomendamos avanzar hacia esos días de asueto libres de cualquier presión, cerrar los ojos, respirar hondo y saltar en cuerpo, corazón y alma a disfrutar hasta el último segundo de las tan ansiadas y a su vez breves vacaciones.

¡Hasta el 7 de Septiembre!                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta fotografía libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.

La Foto de la semana 20-07-2014: "Si soplas, vuelo"



Pablo paseaba por el prado en un día de primavera. Observaba las plantas, las flores, percibía el aroma de la naturaleza. De pronto escuchó una vocecita que decía con suavidad:

- Soy una flor delicada, atractiva y si soplas, vuelo. 

Pablo miró a su alrededor y comprobó que estaba completamente solo. Sin embargo, la voz repitió una y otra vez las mismas palabras. Desesperado, pues no sabía de dónde procedía el sonido, decidió sentarse sobre la hierba y analizar la situación. Entonces descubrió una flor blanca, de aspecto frágil y esponjoso que parecía formada por miles de diminutas fibras de algodón. Aún incrédulo se dirigió a ella con cautela:

- ¿Eres tú, hermosa flor, la que hablas?
- ¿Y quién si no?, respondió airada. Soy una flor delicada, atractiva y si soplas, vuelo.
- Entonces ¿Quieres que sople? ¿Quieres volar?
- ¿Quieres tú verme volar?
- ¿Si lo hago desaparecerás?
- Volar, es ser libre. Dejaré de estar a tu alcance, de tener la forma actual. Recuerda, la materia no desaparece, tan sólo se transforma.

Pablo dudó unos segundos. Luego llenó sus pulmones de aire y sopló. La hermosa flor se deshizo en miles de diminutas pelusillas blancas que flotaron en todas direcciones. El muchacho hubiera jurado que antes de alejarse tanto entre ellas que fuera imposible seguirlas con la mirada, dibujaron una sonrisa en el aire. Después cada hebra del color de la nieve emprendió un vuelo en solitario. Hacia un nuevo destino.

Pablo permaneció sentado con la vista perdida en el infinito repitiendo para sus adentros: si soplas vuelo; volar es ser libre; la materia no desaparece, tan sólo se transforma.



Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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La Foto de la semana 13-07-2014: "La Vendedora de Espárragos"

Una figura en la calle es todo cuanto ha quedado de la vendedora de espárragos, pero al menos, es un hermoso modo de mantenerla viva en el recuerdo de las generaciones que lejos quedan ya de lo que fuera su vida. Como su madre y la suya entes que ella, Mariela cultivaba sus tierras. Las cuidaba con esmero y obtenía suculentas cosechas de espárragos, que eran su especialidad. Cuando llegaba la temporada, los recolectaba, limpiaba, seleccionaba por tamaños y calidades y acudía a la plaza del pueblo para vender los frutos de su trabajo. Cuando tuvo la edad suficiente, la menor de sus hijas, Violeta, le acompañaba en todos sus quehaceres, sirviéndole al mismo tiempo de gran ayuda e inestimable compañía. Así pasaban los días, del campo a la plaza y de la plaza a casa. Las manos curtidas y los huesos doloridos, pero la satisfacción del trabajo realizado y los fondos suficientes para afrontar un nuevo invierno, alimentos, ropas, semillas y abono para la nueva cosecha y las reparaciones propias de una casa de campo. 
Sin embargo, aquel año fue diferente. La primavera fue lluviosa y más fría de lo normal. La cosecha fue escasa. Incansables acudían a su cita diaria para vender apenas unos puñados de espárragos. Era domingo, estaba nublado y el cielo amenazaba con partirse en dos y dejar caer toda su furia sobre la pequeña aldea. Ajenas a las adversidades climatológicas, prepararon su mesa y colocaron ordenadamente los productos por talla y categoría, como hacían siempre. Las nubes se tornaron negras y la luz desapareció del cielo en apenas unos segundos. Sólo tuvieron tiempo de mirarse la una a la otra con gesto interrogante. Una imprevisible ola de frío cubrió la plaza dejando todo congelado a su paso. Cuando unas horas después los rayos del sol se atrevieron a asomar de nuevo, todo cuanto había quedado eran dos estatuas de hielo y unos cuantos espárragos congelados sobre la mesa, exactamente en el mismo lugar donde hoy descansa la figura de La Vendedora de Espárragos.


Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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La Foto de la semana 06-07-2014: "Las torres del amor"

Cuenta la leyenda que hace tantos amaneceres como granos de arena en una playa, dos hombres nacieron a la misma hora en dos extremos opuestos de la ciudad. Uno creció en la opulencia, disfrutó de la mejor educación, aprendió música, pintura y diferentes idiomas que le permitieron viajar y conocer el mundo. El otro, humilde de nacimiento comenzó a trabajar en el primer instante en que pudo mantenerse en pie por sí solo. Al principio llevando y trayendo materiales a la carpintería de su padre, barriendo el serrín y los restos del trabajo. Conforme su cuerpo creció y se convirtió en un fornido joven, también sus tareas fueron tornándose recias y pesadas. 
Las vidas de ambos hombres nunca debían haberse cruzado. A pesar de que sus hogares distaban apenas unos cientos de metros, sus mundos eran por completo opuestos. Sin embargo, el destino es caprichoso y el amor aún lo es más. Y fueron ambos, amor y destino quienes dieron un giro inesperado a sus vidas. Uno conoció a Ermelinda en un solo de piano en el Palacio del Norte. El otro, al hacerle entrega de una caja de música de madera de ébano encargada por el padre de la muchacha para agasajarla en su vigésimo cumpleaños. Ambos quedaron prendidos de su belleza. Uno de sus modales elegantes y sus gestos angelicales. El otro, de la pureza de su mirada. De unos ojos melancólicos que vivían encerrados en la jaula de la opulencia. 
El primero, invitaba a la joven cada semana a palacio. El segundo comenzó a recibir sus visitas inesperadas en la carpintería. Primero fue un espejo,  luego un armario, más tarde una cómoda... Siempre encontraba Ermelinda un buen motivo para sumergirse en la magia del aroma de la madera, las virutas que revoloteaban por el taller, las herramientas chirriantes desafiando la robustez de los materiales. Cuando la muchacha recibió la propuesta de matrimonio durante un concierto a cuatro manos, la rechazó y declaró su amor por el joven carpintero, para horror y estupefacción de todos los presentes.
Cuando el honor, la hombría y el amor se mezclan en un arrebato de orgullo, la única salida posible es un duelo a  muerte. Cuando el frío de la Parca acecha, no hay ricos ni pobres. Sólo queda el valor de defender aquello por lo que se está dispuesto a morir. 
Amanecer de verano, una loma a las afueras de la ciudad, dos espadas de filos relucientes. Ropas cubiertas de trabajo a un lado, al otro, puños blancos de bordados delicados. Cuenta atrás, pasos, silencio, corazones agitados, giro de talones. El rechinar del metal luchando uno contra el otro, duró apenas unos segundos. Se escuchó un grito ahogado entre la multitud y dos cuerpos inertes y ensangrentados cayeron sobre la hierba verde y fresca que quedó teñida de rojo en apenas unos segundos. La técnica igualó a la fuerza y sólo hubo vencidos.
Ermelinda vivió sola. Tocando el piano día y noche y adorando su pequeña caja de ébano. Cuando heredó la fortuna de su padre, invirtió hasta el último céntimo en construir dos torres idénticas que representaban a aquellos dos jóvenes de corazón puro que el destinó arrebató de su vida. Cuando ambas torres estuvieron terminadas, Ermelinda trenzó una cuerda con finas fibras de madera e hilos de seda. Ató sus dos extremos, uno a cada torre y comenzó a caminar haciendo equilibrios de un lado al otro. Cuando llegó al punto central entre ambas torres, realizó una elaborada reverencia hacia una de ellas, lanzó una mirada llena de amor hacia la otra y se dejó caer al vacío. 



Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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